Eramos treinta personas, entre adultos mayores, jóvenes y niños.
Partimos de Mazatlán un caluroso viernes de agosto a las 7:15 de la mañana.
Nuestro deseo en común era pasear, conocer y que otros aires acariciaran nuestras almas y rostros
Por: Socoyote Lugo
Paramos en el pueblo de Tacuichamona (que pertenece al municipio de Culiacán), para desayunar en el restaurante La Biznaga, en cuyos jardines los dueños cuidan varias de estas floridas cactáceas al parecer en peligro de extinción.
Después llegamos a Mocorito, uno de los cinco pueblos mágicos de Sinaloa. Durante una hora y media admiramos las viejas casonas y algunas tiendas de este histórico pueblo donde nació el general Rafael Buelna.
Todavía con bastante luz pasamos por Badiraguato, situado entre altas montañas y verdes montes.
El camión siguió de largo y nosotros felices y curiosos por llegar a nuestro ansiado destino: Surutato.
De Badiraguato a Surutato fueron 73 kilometros que parecía fácil recorrerlos, pero lo sinuoso del camino hace lento cualquier trayecto. Fueron casi dos horas de paisajes bucólicos vistos desde la ventanilla del autobús.
Pasamos por los poblados El Huejote, San Antonio de la Palma, San Nicolás del Sitio, Sitio de Abajo, Potrerillo y Los Tepehuajes, entre otros.
Antes de llegar a Surutato el paisaje y la vegetación nos atraparon: ocotes, encinos, pinos, duraznos y manzanos se hicieron presentes. Los olores y frescores del bosque oxígenaron nuestros pulmones y creo que hasta nuestros cerebros.
Ya en Surutato los paseantes que componíamos el grupo (conformado también por un matrimonio de Torreón, Coahuila; una pareja guasavense y unos desvalagados de Guadalajara, Culiacán y Veracruz) se dispusieron a degustar con mucho apetito lo que un modesto restaurante les ofreció: birria, menudo, enchiladas, tacos y más.
Al día siguiente era necesario levantarse temprano y aprovechar el día. Nos fuimos a dormir a unas cabañas de dos pisos y dos recámaras; cabíamos ahí entre cinco y siete personas. Estaban cómodas, no podíamos quejarnos, salvo algunos inconvenientes con los baños.
Al amanecer algunos salieron a caminar y otros a desayunar al restaurantito de la tarde anterior. En mi cabaña preparamos avena y compartimos frutas; en otra cabaña alguien preparó marlin y casi todos tomamos café.
(Las cabañas están equipadas con cocina, refrigerador, sartenes, vajillas, horno de microondas y cafetera).
Después del desayuno un camioncito tropical, llamado La Tongolele, nos llevó a recorrer —entre caminos de terracería que circundan el bosque— lo más emblemático de Surutato: los miradores La Nariz y La Piedra, una cascada y una pequeña presa; había tirolesas y puentes colgantes.
Así se fue el sábado, alegre y fugaz. Por la noche una carne asada, quesadillas y salchichas fueron el pretexto para convivir, conocernos más y tomarnos unas cervezas y unos vinos tintos a nuestro gusto y antojo. Una lluvia ligera hizo más romántica la velada.
Al día siguiente, domingo, algunos fueron a buscar menudo o desayunos campestres; en mi cabaña preparamos avena y marlin para los más tragones. Lo cierto es que la amistad y la solidaridad estaban entre nosotros.
Nos despedimos de Surutato a las 10:25 de la mañana; los turistas provenientes del puerto mazatleco se veían satisfechos. El regreso sólo tuvo una parada: el pueblo pesquero y turístico de Celestino Gazca: todas y todos a comer pescados y mariscos 🐠.
El restaurante tuvo fallas en la atención a los comensales: no todo es perfecto.
Tacuichamona, Mocorito y Surutato quedaron en nuestra memoria. Gracias a la poeta Silvia Michel, organizadora, y al grupo de apasionados viajeros que se animaron a decirle que sí.
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