Ocurrencias Políticas
Por: Enrique Vega Ayala
Cronista Oficial de Mazatlán

El amanecer del Sábado de Gloria de 1964 el anuncio de una ola gigante que destruiría a la ciudad movilizó a la mayoría de sus habitantes y de sus visitantes.
Más allá de las evidencias periodísticas relativas al terremoto ocurrido en Alaska y que se supone motivó el lanzamiento de la alerta de tsunami (dicho en términos actuales), el resto de la historia responde a los cánones de la tradición oral. Es más, son muy pocas las imágenes que se pueden rescatar de dicho evento: entonces las cámaras fotográficas no eran de uso común y quienes tenían alguna no consideraron oportuno el tomar gráficas del temor reinante.
No existe (y, probablemente no pueda existir) una reconstrucción de ese acontecimiento que se nutra de fuentes formales de información. El estilo autoritario de los gobiernos de la época garantizó la opacidad perenne en torno al origen de las instrucciones y el ocultamiento de las razones de tal decisión. Ni el gobierno acostumbraba a informar el contexto de sus determinaciones ni la sociedad estaba en condiciones para exigir explicaciones. El gobernante nunca rindió cuentas de lo que hizo esa noche; mucho menos iba a recontar los elementos que consideró para emitir la voz de alarma. A la población sólo le alcanzó para elucubrar “razones”, entretejidas con vivencias personales o ajenas tomadas de oídas, mediante las que, a querer o no, se construyó un juicio sumarísimo sobre el caso.
El veredicto

Leopoldo Sánchez Celis, gobernador en turno, es el culpable del desaguisado. En los dichos populares él estaba en Mazatlán y personalmente tomó la decisión de alertar a la población. No caben atenuantes en el caso, porque la conclusión es que no se trató de un aviso, de una precaución de buena fe ante el peligro eminente. El pánico fue producto de una falsa alarma maquinada premeditadamente, dicta la sentencia.
“Todo se debió a una embriagada trasnochada, donde el Sr. Gobernador Leopoldo Sánchez Celis y el Presidente Municipal Dr. Alberto Tripp Flores, fueron informados de una transmisión radiofónica de alerta que iba dirigida a los Estados Unidos”, afirma Ismael Díaz V.
Rosita Parolari comenta que “según pláticas y chismes… el Gobernador Sánchez Celis estaba tomando en el bar del Freeman cuando se enteró de esta noticia, pero que no afectaría nuestra área; sin embargo, el apostó a qué por lo mitoteros que éramos los Mazatlecos, se evacuaría el puerto muy rápido, así es que se jugó una apuesta, quién la perdió, no sé, pero seguramente Sánchez Celis la ganó”.
El Dr. José Sáenz narra: “El Sr. Gobernador bebía con otras personas. Unas dicen que arriba del cerro en un bar prostíbulo que se llamaba La Estratosfera y otras que en un bar del Hotel de Cima. Los de La Estratosfera comentan que vio demasiada quietud y ahí tomó la decisión de acabar con la calma; pero, otros dicen que apostó con su compañero de parranda que él era capaz de evacuar el puerto en un santiamén”.
Del anecdotario

A Don José Luis Robles, el hombre del único “carro de sonido” en la ciudad entonces, le tocó jugar el triste papel de mensajero del fin del mundo, voceando por la ciudad la noticia de la llegada del maremoto en cuestión de cada vez menos horas. En la medida que avanzaba en su cometido, la ciudad iba despertando alarmada. A pie, en coche (los que tenían), en camiones urbanos y de volteo que se pusieron a disposición, y hasta montados en vagones de carga de un tren que nunca salió de la estación, la gente buscó salir de la ciudad o ganar las partes altas.
A Alejandro Ocampo Motta, su abuela le contó que aquello fue “como un éxodo bíblico, la gente saliendo de Mazatlán, algunos jalaron con cochis, perros y gallinas, ganaban pa’ distintos rumbos, la mayoría eran de a pie, nomás los ‘perjumados’ salían en carros, camionetas y hubo algunas corridas urbanos y de los famosos camiones tropicales”.
Casi todas las versiones remarcan que la huida fue en orden. Recuerdan una larga fila de automóviles y tropeles de viandantes saliendo lentamente de la ciudad. Algunos resaltan la solidaridad espontánea que se generó entre vecinos, además de la propia de las parentelas. La difusión de Robles fue esencial para dar a conocer la alerta, pero la de boca en boca fue determinante para acelerar el movimiento. En cada auto disponible cupieron muchos más de los que la imaginación permite suponer y se dieron casos de quienes se detenían a ayudar a otros que sufrían desperfectos mecánicos o para recoger a amigos o conocidos, a pesar de las incomodidades. Al parecer no hubo accidentes de tránsito, con todo y las condiciones de agobio reinantes en un caso así. En el relato del Dr. Eduardo M. Gosset Osuna, quien se desempeñaba como socorrista en la delegación de la Cruz Roja mazatleca, cuenta que “salvo una ancianita que se fracturó la cabeza del fémur, no hubo otros incidentes médicos” esa madrugada.
Las cimas de cerros y lomas ubicadas dentro del casco urbano y las cercanas a la ciudad se vieron invadidas por cientos de personas. El lomerío del centro (donde se ubica hoy el Centro de Salud, el de Casamata –donde estuvo la Prepa Mazatlán) y no se diga el Cerro de La Nevería o el del Vigía, hasta la Loma Atravesada y el Cerro Colorado por Urías) fueron los sitios más a la mano. Otros tomaron rumbo a poblaciones cercanas: hay vivencias “en pijamas” de Concordia, de El Rosario, de Villa Unión, de La Noria, de El Quelite, de Coyotitán.
“Ese día los lecheros no tuvieron que entregar leche en Mazatlán pues se la vendieron al gentío que les llegó”, según resume Esther Tovar una de las consecuencias de la experiencia colectiva de una ciudad que bebía leche “bronca” hervida, porque todavía no había planta pasteurizadora ni mucho menos comercialización masiva de leche embotellada.
También hay coincidencia en la mayoría de las rememoraciones sobre un dato curioso: por las prisas, al salir, muchas personas dejaron las puertas abiertas en sus casas y no hubo robos que lamentar.
El desenlace

Bien entrada la mañana se empezó a propagar la buena nueva de que el peligro había cesado. Para hacer el anuncio, al parecer hasta aviones se usaron, según la versión de “Chevel” Hernández, “una avioneta sobrevoló Concordia avisando por medio de bocinas que podíamos regresar a Mazatlán, que todo había sido una falsa alarma”.
El retorno fue igualmente en calma. Hubo quienes desayunaron en los lugares donde estuvieron momentáneamente refugiados, aunque luego se quejaron por el precio desorbitado que tuvieron que pagar por los alimentos.
Muchos turistas no volvieron, es más se dice que huyeron sin pagar, no tanto en una acción dolosa, sino porque no había quien cobrara la salida en hoteles y casas de huéspedes.
Después de la sacudida estresante de aquella madrugada, volvió el buen humor y el malestar se rencausó. Hay quienes de memoria citan que ese día, en el Balneario Mazatlán, se celebró «la tardeada del maremoto»; lo cierto, por referencias periodísticas es que en El Muralla, a la semana siguiente, se convocó al Baile de la Octava del Maremoto.
Nota: (Todas las voces citadas fueron tomadas de correos hechos públicos por la red “Pechesaurios”)