La Magia de las Charlas de Aparecidos y Muertos
Como siempre lo hacemos en Mazatlán interactivo, cuando se acerca la conmemoración por el día de muertos, ya es una tradición de este medio de comunicación compartir algunas leyendas de Sinaloa. Para este año incluimos algunas que ya hemos compartido otros años, y otras que nos enviaron para este año nuestros amigos de Concordia Robbin Logan, San Ignacio Juan Ramón Manjarrez Peñuelas, Mazatlán Francis Velarde.
Al ser Sinaloa rico en leyendas que van siendo contadas de generación en generación, queremos difundirlas y que queden guardadas dentro de los tesoros de nuestro estado.
Aquí se las dejamos esperando sean de su agrado…
Hemos Incluido 8 Leyendas, las cuales tienen un pase automático, la que a ustedes les interese leer, simplemente ponga el cursor sobre la leyenda y esta quedará sin movimiento para que ustedes las puedan leer con toda comodidad. Si desea avanzar o retroceder puede hacerlo mediante las flechitas negras que aparecen a la mitad de cada leyenda, incluso, al final de cada leyenda aparecen unos puntitos negros, cada uno de ellos es una leyenda y si le da clic esta de despliega…
Leyendas de Concordia
¿¿Dónde termina la historia y comienza la leyenda??
Historias de aparecidos en Concordia, Sinaloa
Por: Robbin Logan
Muchas son las leyendas que se cuentan sobre aparecidos y seres sobrenaturales que se han manifestado en las viejas calles alrededor del panteón municipal de Concordia, desde ruidos extraños provocados por una carreta que circula a media noche hasta avistamientos fantasmales en las viejas casonas del centro histórico del pueblo; son las historias que cobran vida en estas fechas alusivas al día de muertos, días en los que las ánimas se encuentran más cerca de nosotros, pues se dice que tienen permiso para visitarnos durante las celebraciones a nuestros fieles difuntos.
•La mujer de negro
Una de las historias más tenebrosas y cuyo origen es un hecho verídico, relata el testimonio de un joven que al salir después de una noche de diversión en una conocida discoteca de Concordia, se dispuso a dirigirse a su domicilio ubicado a un costado del panteón municipal, esperó unos pocos minutos para acompañarse de sus amigos y no caminar solo, pero luego de notar que seguían adentro y él deseaba retirarse lo más pronto posible, se encaminó rumbo a su casa en plena madrugada bajo una noche oscura sin luna ni estrellas y cobijada por un ligera neblina de invierno. Al aproximarse a su domicilio, se percató a lo lejos de la silueta de una mujer con un vestido largo negro parada afuera de una de las esquinas del panteón municipal, no le tomó mucha importancia pues consideró que se trataba de alguna señora que iba temprano a misa de domingo. Conforme se acercaba notó que la mujer no se movía y el rostro lo tenía cubierto con una mantellina y un sombrero grande, cuando se llegó el momento de pasar por un lado de la mujer, esta se le emparejó y lo empezó a seguir mientras caminaba detrás de él, sin embargo parecía que flotaba debido a que no se le veían los pies. El joven aceleró el paso pero sentía que no avanzaba nada, de repente un miedo descomunal invadió todo su cuerpo al presentir que lo que estaba sucediendo era algo fuera de este mundo. A pocos metros de llegar a su casa se le hizo una eternidad desplazarse hasta la puerta principal. Una vez ahí volteó hacia un lado y la mujer de negro se encontraba junto a él, en ese instante quedó petrificado al ver la figura fantasmal y lo más tenebroso ocurrió cuando la mujer volteó hacía él y se descubrió el rostro, mostrándose cubierta con sangre y demacrada, el joven intentó gritar con todas sus fuerzas pero fue en vano, el alarido no salió de su boca, no le quedó más que cerrar los ojos y al abrirlos la mujer se había desvanecido completamente. Fue tanto el impacto que el joven se quedó temporalmente mudo, duró 15 días sin poder decir ni una sola palabra.
•Las niñas jugando
Años después de la aparición de la mujer de negro, por esa misma calle vive el primo y vecino de aquel joven que presenció la desagradable aparición. El primo del joven relató que, durante una noche mientras dormía en el segundo piso de su casa que tiene un balcón con vista al panteón municipal, escuchó los ruidos y risas de unas infantes jugando, algo que le pareció sumamente extraño, ya que esa noche ninguna de sus pequeñas primas se había quedado a dormir en la casa. Desconcertado por el hecho, se levantó de su cama para ver qué sucedía en el balcón, era de madrugada y una gran luna iluminaba la noche, una fría corriente de viento se presentó y en ese preciso momento observó a dos niñas de espalda jugando entre risas y brincos, quedándose helado ante la presencia de dos pequeños fantasmas que no mostraban sus rostros, en cuestión de segundos y sin entender como lo hicieron, las dos niñas bajaron por un pilar de la casa para después correr rápidamente y subir la barda del panteón y perderse entre las tumbas ocultas por una capa de neblina. Se acostó nuevamente sin tratar de descifrar lo que había sucedido. Al día siguiente comentó lo ocurrido con sus familiares pero jamás logró encontrar una explicación lógica a lo que sus ojos vieron esa noche.
Leyendas de San Ignacio
Por Juan Ramón Manjarrez Peñuelas.
La Leyenda de la Capilla del Diablo
El cielo se fue encapotando hasta que una tormenta de truenos y centellas fue cubriendo con su manto negro la noche aquella en que don Bernardo alcanzó su última bocanada de aire. En cuanto la oscurana cedió paso a la claridad de la madrugada, un peón ensilló uno de los mejores caballos de la hacienda y salió a todo galope rumbo a San Ignacio a dar parte de la muerte de su patrón.
Lejos habían quedado aquellos años en que don Bernardo había tenido notoriedad entre los habitantes de los pueblos mineros de la región del Piaxtla, cuando intercambiaba mercancía por material aurífero, que luego fundía y convertía en doradas barras de oro.
Al paso del tiempo pudo amasar una importante fortuna que le permitió comprar tierras de labranza y una hacienda, logrando formar una familia y hacerse de una acrecentada fama de hombre rico.
Nadie supo de donde llegó aquel rumor de que la fortuna de don Bernardo era producto, no sólo de su trabajo como comerciante ambulante, sino de su ambición desmedida de tener cada vez más, lo que lo habría llevado a pactar con el mismísimo diablo.
Y así, de boca en boca, la historia de que don Bernardo había vendido su alma al diablo, a cambio de su gran fortuna, fue creciendo como su fama de hombre codicioso.
Con el tiempo los sanignacense aseguraban haberlo visto cómo se aparecía de la nada, a altas horas de la noche, cabalgando un brioso caballo negro y cómo desaparecía entre la bruma de los callejones, dejando en la profundidad del silencio el traqueteo de las pezuñas de aquel diabólico animal.
Por eso, la noticia de que don Bernardo había muerto, cayó como un telón negro sobre San Ignacio. Ese día, ante el asombro y miedo de todos, el cuerpo fue sepultado al filo del oscurecer en lo alto de un cerro, frente a su hacienda, tal y como él había pactado con lucifer.
Por la noche, nadie pudo conciliar el sueño, hasta que en lo más profundo de la vigilia, y casi al amanecer, se escuchó una explosión en el cerro donde había sido sepultado don Bernardo, provocando una estampida de animales que terminó de asustar, aún más, a los habitantes del pueblo.
Por la mañana algunos hombres se reunieron en la plazuela principal, acordando enviar a un propio (de los más apegados a la iglesia) para que con todo cuidado subiera al cerro y observara si había algo sospechoso en el lugar.
El hombre salió con machete en una mano y un rosario en la otra. Subió el cerro y en un santiamén regresó y, con un miedo agigantado que no le cabía en sus ojos, describió a todos los presentes cómo había visto el cuerpo de don Bernardo desbarrancado a unos cuantos metros de su tumba. Dijo haber divisado, a lo lejos, el bulto sobre las ramas de unos palos blancos florecidos. Que el cadáver estaba derechito, como poste en un cerco recién reparado. Que tenía los brazos cruzados sobre su pecho y un paliacate que detenía su quijada. Que a leguas se podía ver cómo el alma ya no estaba en el cuerpo.
Desde entonces, en San Ignacio, existe la creencia que esa noche el diablo fue a la tumba de don Bernardo y al abrir el ataúd alcanzó a ver un crucifijo de plata que le habían puesto al difunto sobre el pecho; y que saltando despavorido sobre el barranco, el diablo abandonó el cuerpo en el despeñadero del cerro.
Algunos años después la descendencia de don Bernardo construyó sobre la tumba una capilla blanca, con la intención de que la gente olvidara aquel diabólico incidente. Pero fue inútil, los habitantes de la región rápidamente bautizaron el lugar con el nombre de La Capilla del Diablo y con este mote ha llegado hasta nuestros días.
No está por demás decirles que esta historia viene rodando de boca en boca, desde finales del siglo XIX, y que por tratarse de una leyenda, los hechos aquí relatados forman parte más de la imaginación de quienes los cuentan que de la propia verdad histórica.
Leyendas de San Ignacio 2
Por Juan Ramón Manjarrez Peñuelas.
Lucas Nevares, el Tahúr del Diablo
Lucas Nevárez, nació en el tercer tercio del siglo XIX en el mineral de Jucuixtita, comunidad serrana perteneciente al municipio de San Ignacio. A pesar de la extrema pobreza en que transcurrió su infancia, Lucas Nevárez fue a la escuela, por lo menos un año y aprendió a leer y escribir. Su condición de niño huérfano, a muy corta edad, lo llevó por las veredas de la vagancia y de la astucia para poder sobrevivir en un mundillo de vicios y alcohol que prosperaba en las bocas de las minas.
Adquirió relevancia cuando un buen día, un viejo tahúr venido a menos en el juego de las cartas, lo adoptó y lo empezó a entrenar. Lucas aprendía rápido y muy pronto alcanzó la maestría de su mentor, y su fama de niño tahúr poco a poco se fue conociendo por todas las barrancas y zanjones de los minerales del Piaxtla.
En junio de 1885, Heraclio Bernal, el bandido Calavera, tomó por asalto el mineral de Jucuixtita y ordenó aprehender al director político, al colector de rentas, al agente de correos, al administrador del negocio de la minera y al niño prodigio, jugador de cartas, que para ese entonces era ya un mocetón.
Bernal negoció, con los detenidos, sendos rescates en plata sellada, excepto con Lucas a quien Heraclio había hecho preso solamente para retarlo en una partida de naipes y así comprobar su fama de buen jugador.
–Mira, muchacho, si me ganas la partida no solamente te doy la libertad, sino que te dejo estas cuatro monedas de oro para que vivas a gusto una buena temporada –le propuso el bandido Calavera.
–Está bien –le respondió Lucas con tono firme y desafiante.
Como desenfundando una pistola, el muchacho sacó de su bolsillo un juego de barajas, para apurarlo a concretar el trato. Heraclio las revisó para cerciorarse de que las cartas no estuvieran marcadas y las puso sobre un tablón que servía de mesa.
–Entonces te toca partir a ti la baraja -le dijo Heraclio.
Lucas recogió el paquete de cartas con su mano izquierda y en un relampagueante parpadeo sacó con su mano derecha un nuevo juego de naipes que puso sobre la mesa y partió inmediatamente para camuflar el cambio. Heraclio, quien hasta ese momento había permanecido de pie, buscó acomodo sobre una silla. Algo raro olfateó en el aire el bandido Calavera, pero no supo qué era.
Tres días después, Heraclio Bernal, se internó en la sierra de Durango al frente de ciento cinco hombres y un botín que ascendía a cinco mil ochocientos veinte pesos con cincuenta centavos en plata sellada y una buena dotación de caballos y armamento, menos doce pesos en oro que finalmente Lucas Nevárez le había ganado en el juego de los naipes.
Desde entonces Lucas no dejó de asistir a ferias y fiestas patronales de pueblo alguno. La fama de haberle ganado en el juego de la baraja a Heraclio Bernal, lo había convertido en una celebridad, casi en un artista. Era un espectáculo mirarlo jugar y lo mejor, ver cómo no había nadie quien le ganara.
Tan grande era su fama que muchas veces los integrantes de los comités organizadores de las ferias acudían hasta Jucuixtita en su busca para invitarlo, pues su sola presencia garantizaba el éxito de las festividades.
Pero muy pronto la fama se le subió a la cabeza y su adicción al alcohol hizo que Lucas disminuyera su destreza al hacer trampas en las jugadas, olvidando con mucha frecuencia cambiar el juego de cartas por la de naipes marcados, truco éste que le valió ganarle aquella vez a Heraclio Bernal todas las partidas. Y así como en un santiamén ganó fama, también la perdió. Por eso la noche aquella en que caminaba desolado por el arroyo de Santiago, después de haberse quedado en la ruina, recordó la vieja leyenda que le habían contado unos barreteros cuando él mendigaba por las bocas de las minas.
Un rayo de esperanza cruzó por su mente.
–Diablooooooo, diablooooooo, diablitooooo hazte presente -gritaba en el oscuro silencio de la media noche.
-¿Quién me invoca? –se escuchó preguntar al demonio con una voz muy firme y tenebrosa.
Lucas se detuvo en seco y se quedó paralizado por un momento. Luego respondió dubitativamente.
–Soy yo, Lucas Nevárez
–Que deseas de mí, Luquitas -respondió el diablo con una voz ahora muy amigable.
–Quiero hacer un pacto contigo, deseo que me hagas ganar mucho dinero nuevamente en el juego de los naipes.
–¿Y qué me ofreces a cambio, Luquitas? –Te entrego mi alma, pero una vez que me muera
–Entonces tenemos un trato, mi querido Luquitas – respondió el diablo-.Toma esta vela que, como ves, es muy larga. Siempre mantén la mecha encendida mientras estés jugando y ganarás todas las partidas y todo el dinero que tú quieras, pero mi Luquitas, escucha bien lo que voy a decir: una vez que se consuma la vela no vuelvas a jugar nunca porque perderás todo lo que hubieses ganado. Yo vendré por tu alma, no cuando mueras, como me lo estás pidiendo, sino mejor, cuando ya te hayas gastado todo el dinero que ganes con este inmejorable trato para ti.
Y así apareció nuevamente Lucas Nevárez en todas las ferias de los pueblos de la región, jugando a la baraja, pero esta vez, bajo la luz avispada de su vela que él mismo ponía al centro de la mesa como cañajote de rastrojo de milpa.Ganaba todas las partidas y despilfarraba dinero a raudales.
Pero un buen día la vela se consumió por completo y Lucas, debido a su codicia y, otra vez, al vicio del alcohol, olvidó la advertencia que el diablo le había hecho aquella noche oscura en el arroyo de Santiago.
Y así, sin la vela, siguió en el juego hasta que perdió el último centavo, incluso su caballo negro reluciente, de largas crines perfectamente trenzadas, con el que solía entrar triunfante a los pueblos a los que era invitado.
Se sabe que su última aparición en público fue en las fiestas de San Jerónimo, en Ajoya. Dos días después lo encontraron muerto sobre una isleta del río Verde. Un campeador que pasó por el lugar dijo haberlo visto tieso sobre el cascajo del río, con un hoyo negro en medio del pecho y un pedacito de vela, sin mecha, a un lado de su cuerpo.
Muchos años después, unos aventureros, buscadores de las barras de plata, que se cree, Heraclio Bernal dejó escondidas en esta región, descubrieron, sobre una enorme laja del arroyo de Santiago, la historia escrita con sangre de Lucas Nevárez, el tahúr del diablo, y pensando que aquélla era una señal satánica dinamitaron el lugar, borrando para siempre la única fuente confiable de esta historia.
Leyendas de San Ignacio 3
Por Juan Ramón Manjarrez Peñuelas.
La Leyenda de la Casa de los tres Pisos
Nunca se supo cómo ni cuándo exactamente llegó Diamantina a vivir a San Ignacio. Así, de la noche a la mañana apareció habitando la vetusta y abandonada casona de los tres pisos que está frente a la plazuela.
Al principio hubo curiosidad entre los vecinos por saber quién era esa señora güerita, de pelo rubio y ojos color de mar que, acompañada de un niño, se había animado a hospedarse en esa finca de tan tétrica fama, pues se sabía, desde entonces, que en la época de la Revolución mexicana vivió allí un médico muy querido por las familias potentadas de San Ignacio, cuando la casa fue tomada como fortín por un grupo de maderistas, quienes sostuvieron un tiroteo hacia el tejado de la iglesia donde estaban apostadas las fuerzas porfiristas que resistían a golpe de bala, en defensa de la plaza.
El doctor ya había sido advertido que no se asomara por ningún lado, so pena de ser alcanzado por una bala, pero no hizo caso. Abrió una de las ventanas del tercer piso y pertrechado sobre un muro inclinó ligeramente el cuerpo y asomó la cara para mirar hacia la iglesia, recibiendo un certero impacto de bala, de un máuser 7 milímetros, tres dedos arriba del entrecejo. Instintivamente, el doctor puso las manos en su frente como queriendo tapar la herida. Luego, en acto de muerte, regresó a su posición inicial, quedando de pie y con la cabeza pegada en el muro y las palmas de sus manos ensangrentadas sobre la pared, como sosteniéndose para no caerse. La confrontación terminó y las fuerzas revolucionarias tomaron la población mientras que la familia del doctor recogió el cuerpo y abandonó el pueblo sin que nadie supiera de ella.
Desde entonces los vecinos de la casona dicen que no pasa noche sin que no escuchen lamentos y llamados de auxilio, que provienen precisamente del tercer piso a la altura de donde están las huellas rojas de las manos del doctor y de su cara estampada como serigrafía sobre el enjarre de la habitación. Algunas personas, acompañadas por un sacerdote, intentaron borrar las huellas de sangre, pero fue inútil; después de tanto tiempo aún permanecen allí. Por eso la llegada de Diamantina acompañada de un niño como de seis años, impecablemente vestido: pantalones cortos, zapatos medio botín, camisa de manga larga, tirantes para sostener los pantalones, y una boina vasca con una mínima visera al frente, causó curiosidad y extrañeza. Diamantina vivió por lo menos quince años en esa casona sin que nadie hubiese tenido noticias de su pasado y sin que ella renegara de ruidos extraños o aparecidos. Sólo se sabía que había clausurado el segundo y tercer piso de la casa y que ella habitaba exclusivamente la planta baja. Tuvo poco contacto con los vecinos quienes muy pronto se acostumbraron a la rutina que cumplía: Los sábados salía a la tienda, que estaba a unos cuantos metros de la casa, a comprar mandado. Entre semana, llevaba al niño a la escuela agarrado de la mano y en absoluto silencio. Luego a la hora del recreo y en cuanto veía al niño salir al patio, ella rápidamente se acercaba y le compraba alguna golosina y esperaba allí hasta que la media hora del recreo terminaba y Rubencito regresaba al salón de clases. A mediodía lo recogía y de pasada entraban un momento a la iglesia haciendo una breve oración en silencio. Rubencito no tenía amigos ni salía nunca a jugar a la calle. Invariablemente, el primer lunes de cada mes, ella y el niño, quien ese día no iba a la escuela, tomaban el camión rumbo a Mazatlán y regresaban en el último tranvía de la tarde. Alguien dijo que una vez los había visto entrar a un banco y cómo el gerente los recibía con comedimiento. No había más qué decir de ellos.
Así pasaron los años y Rubencito fue creciendo y convirtiéndose en un mocetón un poco torpe e ingenuo, debido a la sobreprotección de Diamantina, hasta que un buen día, y ya en edad de merecer, Rubén cruzó miradas con una muchacha que vendía dulces en la plazuela y pudo sentir cómo una parvada de colibríes salía volando de su corazón, cada vez que la veía. Sonsacado por la dulcera y en un descuido de Diamantina, Rubencito metió a la muchacha a la casa e inició una relación furtiva que marcaría para siempre el destino fatal de su madre.
Fue hasta aquella tarde en que Diamantina descubrió en el fondo del patio el enjambre de colibríes danzando como borbotones de agua caliente, muy cerca del brocal de la noria, cuando comprendió que su Rubencito había crecido demasiado. Pero ya no hubo tiempo de rectificar. Esa misma vez ya muy entrada la noche, se escuchó el traqueteo constante de un martillo. La casa amaneció tapiada con fajillas de amapas y deshabitada nuevamente.
Algunos años después, un gambusino que bajó del mineral El Tambor a vender pepitas de oro en la tienda de los Milán, contó que Diamantina era descendiente de un soldado francés que había huido hacia la sierra después de una refriega que tuvo su regimiento en la costa de Culiacán. Que Diamantina había trabajado como criada en una hacienda de Durango y que su patrón abusó sexualmente de ella, hasta que la embarazó, para luego obligarla a reconocer públicamente que ese niño era hijo legítimo de sus patrones y que, a cambio, ella mantuvo el trabajo y el privilegio de estar cerca del infante, ya que le habían asignado la responsabilidad de ser su nodriza.
La historia, aseguró el gambusino, se conoció cuando Diamantina y el niño, ya grandecito, desaparecieron de la hacienda sin que su patrón pudiera encontrarlos, a pesar de los esfuerzos que éste hizo por localizarlos.
Se supo después que Rubén vivió en San Dimas, felizmente casado con la dulcera de San Ignacio y que Diamantina, a pesar de los años que han transcurrido, sigue espantando con sus quejidos y reclamos de ingratitud desde el fondo de aquella noria, cuando escuchó el aleteo de los colibríes danzando amorosamente muy cerca del brocal.
Leyendas de San Ignacio 4
Archivo Mazatlán Interactivo
La ex Hacienda en La Labor
Para recordar a nuestro amigo FECHALO
La Ex Hacienda fue construida en 1742, la cual sirvió en un tiempo como centro de trabajo para algunas familias que ayudaban en las labores agrícolas y ganaderas y en la elaboración de sal que se surtían a las minas cercanas. Aquí se cuentan muchas historias y leyendas
El lugar esta parciamente abandonado, ni el INAH ni el municipio se ha dado a la tarea del rescate de este lugar, que tiene en sus paredes de adobe crudo muchas historias y leyendas. Cuentan quienes han dormido en ese lugar y que se acuestan en uno de sus amplios cuartos, por la mañana amanecen en otra habitación, también que hay personas muertas que fueron en siglos pasados emparedadas en esas gruesas paredes, también que por la noche en sus amplios corredores se ven sombras, las cuales se creen fueron los antiguos trabajadores o dueños de esta hacienda, muchas leyendas surgen de ese lugar, donde al subir por las viejas y crujientes escaleras la piel se nos pone chinita. No sé si han ido a este lugar, quienes lo hayan hecho nos comprenderán.
A un lado de la hacienda se encuentra un museo donde resguardan la bandera insurgente que tiene plasmada la imagen de la Virgen de Guadalupe, que fue utilizado como estandarte por los insurgentes enviados por el cura Miguel Hidalgo bajo las órdenes de José María González Hermosillo.
Cuentan que fue encontrado por uno de los peones de la hacienda enrollado entre unos espinales donde se supone fue dejado por los insurgentes al perder la batalla contra Alejo García Conde, este lo llevó a su patrona quien decidió levantar una pequeña capilla para conservarlo
Leyendas Mexicanas
Por Francis Velarde
La llorona
Luisa era una hermosa mexicana de origen indígena. Muchos hombres suspiraban por acariciar su aterciopelada piel blanca, enredar sus cabellos rizados y oscuros como la noche y besar sus labios de fresa, pero ella rechazaba a todos los pretendientes. No obstante, un caballero español de la alta sociedad, Don Nuño de Montes-Claros, consiguió conquistar su corazón.
Él le explicó que, debido a la diferencia de clases, no era posible formalizar su relación, por eso escaparon juntos y se instalaron en una casita en un lugar apartado. Durante seis años Luisa vivió allí y Don Nuño la visitaba regularmente. Tuvieron tres hijos con los cabellos rubios y rizados. Transcurrido ese tiempo, las visitas del caballero empezaron a escasear y Luisa cayó en una depresión.
Una noche, decidió seguir el carruaje de Don Nuño. El vehículo se detuvo ante una lujosa mansión donde se celebraba una gran fiesta. Luisa preguntó al lacayo que estaba en la puerta y este le dijo: «Se está festejando la boda de Don Nuño». Luego, a través de una ventana, ella misma contempló a la feliz pareja mientras se besaban.
Enloquecida, corrió de vuelta a su casita y apuñaló a sus tres hijos. Después se dirigió al río con un manto ensangrentado y, al reparar en lo que había hecho, gritó: «¡Ay, mis hijos!». Se arrojó a las aguas y se convirtió en un mito.
Desde entonces, muchos aseguran haber visto a La Llorona deambulando por los parques y las calles de Ciudad de México. El espectro se lamenta eternamente por la muerte de sus hijos emitiendo un grito escalofriante: «¡Ay, mis hijos!».
Leyendas de Cosalá, Pueblo Mágico
Archivo de Mazatlán Interactivo
La mujer de blanco en Cosalá
La mujer de blanco o mujer blanca, esta leyenda ha dado la vuelta al mundo por medio de un video que hace algunos años tomamos cuando entrevistamos a una de las dueñas de la antigua hacienda.
No nos consta, pero se cuenta que muchos han vivido la escalofriante experiencia de la aparición de esta ánima que pena todavía en esa vieja hacienda, dicen que sus pies no tocan el suelo, solo flota. Que su cabello largo se mece al compás del viento, y que la blanca túnica casi rosa el suelo, no se sabe quién es, posiblemente era parte de los primeros moradores de esa vieja casona. ¿Se imaginan una experiencia así?
Nos tocó vivir una experiencia en abril de 2009, cuando fuimos a la vieja hacienda que está en pleno centro histórico del Pueblo Mágico, ese día íbamos preparados con cámaras de video y fotográfica , entrevistaríamos a una de las dueñas del lugar, la sra María Luisa Hernández, nos preparamos para comenzar a entrevistar a la persona, y la cámara cada que queríamos hablar se apagaba, así estuvimos por algún rato hasta que por fin la cámara de video pudo permanecer prendida, la entrevista duró varios minutos, nos despedimos de la señora que tan amablemente nos atendió. Cuando llegamos al hotel donde estábamos hospedados, lo primero que hicimos fue descargar el video para ver cómo había quedado, cual sería nuestra sorpresa que a un lado de la señora estaba una sombra, que nunca se quitó de ahí mientras estábamos entrevistándola. La prueba de lo que les relatamos está en el video que aquí les compartimos:
Leyendas de Cosalá, Pueblo Mágico
Por: Gerardo Padilla
La casa de la familia Campaña
La casa de la familia Campaña, tiene entre sus habitantes un fantasma, del cual les hablaremos en este reportaje
En una edificación de este mágico pueblo, se dice que es ya habitual la convivencia con sus fantasmas, que se escuchan extraños ruidos y que algunas cosas se mueven de su lugar, esta es la casa de la familia Campaña, ubicada en la Calle Vicente Guerrero.
Comentan que a finales del Siglo XVII habitaba en esa casa un próspero minero, cuyos caudales de oro y plata eran la envidia de la gente.
A esta persona le gustaba bastante el juego de baraja, el cual practicaba todas las tardes con otros personajes acaudalados, hasta que en una ocasión tuvo la suerte y la desventura de ganar una partida que desposeía de sus bienes a sus adversarios, los cuales. ante tal afrenta decidieron matarlo, no sin antes someterlo a una maléfica tortura, procediendo de inmediato a sepultarlo en el patio de la misteriosa casona, pero cuando se decidieron a robar su fortuna jamás la encontraron y solo las gruesas paredes quedaron como mudos testigos de el gran tesoro.
Desde entonces, se cuenta, y son testigos se dice, que los actuales moradores son constantes los lamentos que escuchan, el rechinido de cadenas y metales, la frecuente apertura de puertas y ventanas, así como una serie de acontecimientos donde se manifiesta el ánima del minero, que hasta el momento se encuentra buscando el descanso eterno.
El tesoro jamás ha sido encontrado.
Apreciables Lectores: Si ustedes tienen una Leyenda que compartirnos, no duden en hacérnosla llegar mediante la caja de comentarios que aparece al final del presente… De antemano, muchas gracias
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