La fiesta de Mar de Las Cabras probablemente tenga una antigüedad de cerca de centuria y media, originalmente se realizaban en las playas aledañas al cerro de las cabras. Se dice que el trasporte se hacía al principio en carretas jaladas por animales.
Al no existir camino carretero, comentan que atravesaban las marismas, que en esa época se encontraban secas, otras personas se trasladaban en bestias de carga, donde llevaban víveres y algunos enseres domésticos.
Según algunos estudiosos de las fiestas, se realizaban en la última semana del mes de mayo, correspondiendo con el plenilunio. El escritor Escuinapense, Dámaso Murua, le asigna a dichas fiestas un origen Prehispánico, de tipo ritual pagano. Idea que parece encontrar apoyo en el antecedente siguiente: Los Totoremes, refiere Ignacio Dávila Garíbi, en su historia de la iglesia de Guadalajara, tenían también su licor divino predilecto, al que daban el nombre de Paxcualt (Euphorbia Camprestris), que nunca faltaba en sus fiestas del Yequi. Sin embargo, esta bebida tiene algunos otros usos de carácter más o menos religiosos. Creían que este vino embriagante los animaba cuando estaban decaídos o tenían que emprender alguna actividad superior a sus fuerzas y por otra parte, los aliviaba de cuanto padecían; la acción de este vino más pareciera tratarse del peyote.
Por otro lado, los Totoremes tenían al sol, que en su idioma nativo llamaban “Yequi”, como deidad creadora de las aguas y de los peces, cada año, al acercarse la estación de lluvia celebraban la fiesta del Yequi (Yanqui, el que se va, según Sahún) La cual celebraban mediante un curioso ceremonial, en el que el oficiante o Chaman, recibía el nombre de Aztacuani (lo que no ocurre durante las fiestas del mar de las cabras) Este Chaman, durante todo el tiempo de la cosecha del camarón, además ayunaba de sal y chile, durante los cinco días que precedían a la fiesta.
El Aztacuani invocaba al astro del día, deidificado como Yequi, durante varias noches, con esta sencilla invocación: “neamoc tamex Yequi”, que según el padre Fray Antonio Arias de Saavedra, quiere decir, “señor, hijo de dios y llovedor, creador de las guas y de los peces, danos camarón”. Profundizando en la investigación sobre la antigüedad de las fiestas del paseo del mar de las cabras. Gracias a la valiosa y desinteresada información proporcionada por el historiador mazatleco, Luis Antonio Peña, quien hurgando en el archivo general de la nación, en el año de 1999, en la sala numero 4, encontró una referencia en el artículo titulado “Chiametla”, de autor anónimo, que apareció publicado en el boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de la República Mexicana, según época, tomo II, México 1870.
En dicho artículo, después de hacer una descripción de lo que ahora llamamos nicho ecológico, donde refiere lo inclemente del calor, los molestos mosquitos y jejenes, lo rustico del pueblo de Chiametla. Menciona la inmigración de jaliscienses a Chiametla, el auge económico agrícola proporcionado por ellos, sobre todo en la agricultura de la zona.
Las fiestas de las playas de Chiametla, las que se considera importante transcribir, por dos razones; primero por la antigüedad de las mismas que eran coetáneas de las del mar de las Cabras, como veremos más adelante, en segundo lugar; porque dicha descripción resulta calcada de las fiestas actuales, tal como se efectúan en Escuinapa. Las de Chiametla por lo trágico que resultaban, por el crecido numero de ahogados que ocurrían de vecinos de El Rosario, que vivían sobre la margen derecha del Río Baluarte, ya que al atravesar dicho río en canoas pocos seguras, hubo casos de familias enteras que perecieron ahogadas, lo que fue un factor importante y determinante para que dichas fiestas desaparecieran.
El artículo mencionado, refiere: “en los primeros días de mayo, cuando el sol arroja sus rayos perpendiculares y toda la naturaleza parece envuelta en una atmósfera de fuego, la playa de Chiametla se engalana y toma una animación poco común.
Casi todos los habitantes del distrito de El Rosario, concurren a los paseos del mar, a la barra de Chiametla. y de improviso, en la desierta playa, parece que brota como por encanto una población, cubriéndose sus arenas de multitud de enramadas para alojar a los paseantes, otras se convierten en salones de baile, partidas de juegos y puestos de frutas.
El río viene henchido de canoas, cubiertas de flores y multitud de bellas costeñas de ese hermoso tipo judío, entonan canciones populares al son del arpa y la guitarra, alternando su armonía con el sonido de mil remos que surcan las aguas, dando a este paseo un tinte de belleza y atractivo, que hace olvidar los sinsabores de la vida.
Pronto la alegre y bulliciosa comitiva se ve flotando en las aguas del inmenso océano, el pacifico, en aquella rada, se convierte en un nuevo Adriático, las canoas en góndolas y las Sinaloenses bellas y simpáticas en nuevas venecianas. Ocho, diez o quince días permanecen en la playa, yendo y viniendo con frecuencia a las poblaciones próximas, son otros tantos de una continuada fiesta.
Bailes, cantos, juegos, baños y cuanto pueda proporcionar placer y diversión, disfrutan durante ocho días los pescadores, en la más perfecta armonía, en la más estrecha intimidad, efecto de las cualidades innatas de su carácter franco, abierto y generoso en general.
Seis u ocho músicas de viento, que ejecutan regulares piezas y multitud de instrumentos de cuerda, esparcen la armonía en aquellos sitios y en alas de la brisa van confundiéndose en lontananza con el rugido, unas veces apacible y otras furibundo, de las olas del océano”.
Hasta aquí la crónica anónima de fines del siglo XIX, año de 1870, en que gobernaba
Sinaloa el General Domingo Rubí.
Pero volviendo al origen de las fiestas del mar de las cabras, en una versión coincidente de los hermanos, Josefina y Daniel Semental Pulido, refieren que su abuelo, Ignacio Semental, fue el iniciador de las fiestas del paseo del mar de las Cabras, cuando al licenciarse como soldado de las tropas en la época de la guerra de reforma e intervención francesa, se le dotó a los excombatientes un predio rustico y otra regalía-
Él prefirió un predio rustico en las cercanías del cerro de las Cabras, aledaño a las playas, donde sobrevivía de la agricultura, en una ocasión, al visitar la playa con cuatro de sus empleados y excombatientes, al pasar por las mismas, se dieron cuenta que por la belleza natural del lugar, prometía como sitio de paseo para los habitantes de la vecina villa de Escuinapa.
Organizó las primeras fiestas, anunciando como atractivo que se contaría con luz eléctrica, un tiovivo de vapor y la actuación del “purobebido”, un conocido payaso de la villa. Construyó cabinas de playas provisionales de gran amplitud, ya que en un pasillo posterior que se les edificaba, cabía un hombre montado a caballo.
La variedad prometida, la luz eléctrica, finalmente fue la presencia de una mulata, alegre, jacarandosa y bulliciosa, nativa del Palmito del Verde, a la que apodaban la “luz eléctrica”.
El vapor del tiovivo, fue la presencia del señor que fumaba en demasía, al que por tal motivo le apodaban “el vapor”.
El señor ingeniero, Alfonso Semental Pulido, recuerda que las fiestas del mar de Chiametla y las del mar de las Cabras, se realizaban con una diferencia de quince días entre una y otra.
Si tomamos en cuenta la narración de los señores Semental Pulido, el licenciamiento de parte de las tropas, realizado por Don Benito Juárez, ocurrió, el 20 de julio de 1867, donde de 80 mil efectivos activos, únicamente dejó en servicio 20 mil, distribuidos en cinco divisiones.
Si la narración encontrada, publicada en el archivo general de la nación, habla del año de 1870 y si eran coetáneas las fiestas de Chiametla y las de las Cabras, la antigüedad se retrasaría 32 años más.
Por segundo año consecutivo no se realizara esta más que centenaria fiesta de los escuinapenses, esto por el motivo que todos conocemos. Lo que sí creo que algunos celebraran ahí, al fin que Son Playas…
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