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Tomado como punto de paso y descanso hacia estados unidos en le época de la fiebre del oro, es considerado a partir de ahí como turístico

  • De ser una tranquila aldea de pescadores, poco a poco fue construyendo su historia en la rama del turismo
  • En la actualidad es un destino turístico con valores diferenciales irrepetibles, pero no aprovechados por los lugareños

Fuentes: Antonio Lerma Garay, Arturo Santamaría Gómez,
Archivo de Mazatlán Interactivo, 

Imágenes: Mazatlán Interactivo

Se cree que los inicios de la actividad turística en Mazatlán se originaron en el año de 1840, cuando se presentó un incremento en la actividad del puerto ocasionado por la fiebre del oro en California; se infiere que los aventureros tomaban Mazatlán como un lugar de descanso y esto ayudó a mejorar la economía de la pequeña aldea que era Mazatlán en esas épocas. Pero no será hasta el siguiente siglo, cuando inició su desarrollo turístico, y particularmente a finales de los 40’s e inicios de los 50´s es cuando se da el verdadero despegue turístico de Mazatlán.

Y aunque existen antecedentes de actividad turística desde los siglos XIX y XX, como nos lo hace notar en el libro titulado: “Los Inicios del Turismo en Mazatlán”, de la autoría del historiador, investigador y apasionado de la historia de Mazatlán, Antonio Lerma Garay, del cual, para que nos queden más claros los antecedentes del turismo en Mazatlán, incluimos algunos relatos al respecto:


Pero en primer término debemos dejar en claro cuándo es que nuestra ciudad y puerto comienzan a tener interés para los viajeros, para los turistas. Y para ello es menester dejar en claro qué era Mazatlán durante la primera mitad del siglo diecinueve. El año mil ochocientos veinticinco José de Caballero dibujó un mapa de Mazatlán, en él se ve que el poblado se componía únicamente de trece construcciones al noreste del Cerro del Vigía, más la casa del comandante, dos construcciones, ubicada en el extremo sur de Olas Altas, aproximadamente donde hoy día se encuentra el hotel Freeman; eso era Mazatlán para el año 1825. El tres de febrero del año mil ochocientos veintiocho ancló en las aguas mazatlecas la balandra inglesa Blossom, cuyo capitán era William Frederick Beechey, para permanecer aquí durante cinco días. Él realizó otro plano de nuestra ciudad, en el cual se aprecia el bajo número de construcciones que había en ella. Años después, el estadounidense Henry Wise se refiere a esta ciudad de la siguiente forma “En el año 1830 Mazatlán era una miserable villa de indios pescadores.

Pero esa situación, ese estado sufriría toda una transformación en unos cuantos años. El día doce de diciembre de mil ochocientos treinta y siete el capitán francés Abel Aubert du Petit Thouars ancló su fragata Vénus en las cercanías de la isla de Venados. Al día siguiente los marineros franceses bajaron a tierra, pero el poblado ya no era el mismo que en 1830, además de que su número de habitantes había crecido sustancialmente. Du Petit-Thouars quedó admirado al notar el crecimiento y la prosperidad del puerto, y se refiere al respecto: “En menos de ocho años Mazatlán, triste pueblo, compuesto apenas de unas chozas miserables y un pequeño número de habitantes que no se ocupaban sino de la pesca, se ha convertido en una villa de comercio muy frecuentada y ya muy importante”. Fue la minería del sur de Sinaloa la que principalmente dio a Mazatlán el impulso para hacer que aquel caserío de indios pescadores se convirtiera en una villa de varios miles de habitantes. Pero otro factor clave para el florecimiento de esta ciudad fue su geografía: el contar con un puerto en el Océano Pacífico, a la entrada del Golfo de California. San Blas, kilómetros al sur no pudo competir con la vigorosa actividad comercial que ya tenía lugar en el joven puerto sinaloense; mientras que Guaymas, Sonora, resultaba bastante alejado de esta zona comercial, y La Paz, en la Baja California, además de ser un puerto lejano estaba prácticamente aislado del resto del territorio nacional.

El transporte, el hospedaje y la alimentación son parte de la industria turística así como la guía del turista. Y, por increíble que parezca, los primeros tres de estos elementos comenzaron a funcionar en nuestra ciudad ya a mediados del siglo diecinueve. Se tienen noticias de que el primer lugar en Mazatlán que sirvió como mesón ya operaba en febrero de mil ochocientos cuarenta y seis. Esta figura, la casa de hospedaje, al parecer no era conocido en esta ciudad y fue así como una familia judía, originaria de Alemania, utilizó su propia casa para alojar a viajeros y aun locales. En dicho mes y año el citado teniente estadounidense visitó aquellas instalaciones, y describe su experiencia de la siguiente manera: “El teniente le preguntó al pordiosero si existía algún lugar donde éste pudiese pasar la noche, obteniendo por respuesta que existía un local donde se hospedaba siempre que podía. El encobijado guió al marinero hasta una casa de hospedaje. Los dos hombres llegaron a un caserón, cruzaron al portal y se encontraron en un atrio cuadrado rodeado de hileras de cuartuchos, que más parecían pesebres, mismos que eran rentados a residentes permanentes del puerto o a visitantes temporales. En uno de los cuartos vivían el encargado, su esposa e hijo; judíos provenientes de Alemania. William Maxwell Wood explicó a aquéllos el motivo de su visita y se comprometió a pagar por el pobre diablo techo y sustento.” El mismo Henry Wise señala que durante la invasión estadounidense, él recibía alimentos del Hotel Francés. No obstante, no se trataba sino de una fonda o de un mesón, no de un hotel como actualmente los conocemos.

Un evento que causó el paso de miles viajeros estadounidenses por Mazatlán y que, por ende, impulsó la industria del turismo en esta ciudad fue la Fiebre del Oro de California. Hacia el año mil ochocientos cuarenta y nueve y siguientes fue constante la llegada de estadounidenses habitantes de la costa este. Éstos viajaban a puertos mexicanos en el Golfo de México, principalmente Veracruz y Tampico, y de ahí cabalgaban hasta Mazatlán donde se embarcaban rumbo a San Francisco, California, para convertirse en gambusinos. En esta ciudad sinaloense los cansados viajeros encontraban alojamiento para ellos y sus caballos, así como alimentos, en tanto conseguían pasaje al puerto californiano. Sin embargo, los mesones carecían de servicio de comida, y los viajeros se veían obligados a procurar sus alimentos en otros establecimientos.

Precisamente en ese año el gambusino Tomas B. Eastland llegó a Mazatlán y señala “como todos los otros pueblos mexicanos, este no tiene hotel, el viajero se detiene en lo que se llama maisone (mesón), donde uno alquila un cuarto ‘desnudo’ por un precio al día, procurándose su propia comida de la mejor manera posible”. Estas mismas condiciones del mesón son corroboradas por otro buscador de oro, Geo S. McKnight, quien el primero de agosto del mismo año llegó al puerto y asevera: “llegamos a Mazatlán a las dos de la mañana y fuimos a un masoni (mesón). Dormimos en una parte y pusimos los caballos en otra. Rodeados por una pared de seis pies de alto a la que llaman taberna mexicana. Coma donde le plazca”

Procedente de San Francisco, California, Bayard Taylor llegó a Mazatlán en enero de 1850. Aquí encontró un mesón llamado Gallo de Oro, pero también señala que ya existía La Fonda de Cantón, propiedad del chino Luëng-Sing, el cual parece ser el primer hotel con servicio de restaurante. Así lo describió: “Mi siguiente preocupación fue encontrar alojamiento. Había un mesón, una especie de posada nativa; el Ballo (sic) de Oro (Gallo de Oro), una taberna al estilo mexicano, que es suficientemente confortable; y finalmente La Fonda de Cantón, un hotel chino, operado por Luëng-Sing, uno de los más corpulentos y dignos de todos los Celestes. Su ancho rostro, casi igual en circunferencia que el gong que Chin-Ling, el mesero, tocaba tres veces al día en la puerta, destellaba con una consideración paternal por sus clientes. Sus ojos oblicuos, a pesar de todo, su parpadeo por cualquier oportunidad, parecían contentos por naturaleza y su faja espaciosa hablaba muy bien de vivir obesamente para admitir cualquier duda acerca de la calidad de su mesa. No había resistencia a las atracciones del hotel de Luëng-Sing, como lo publicitaba su propia persona, y, de acuerdo, hacia allá me fui. El lugar estaba desbordado por nuestros pasajeros, los cuales casi habían terminado con las existencias de huevos, leche y verduras del mercado. La Fonda de Cantón estaba atestada; todos los cuartos estaban llenos de mesas, y grupos alegres, como niños disfrutando de un día de fiesta, estaban apilados en el patio sombreado por palmeras. Chin-Ling no podía cumplir con la mitad de las órdenes; lo llamaban de todos lados y todos lo regañaban, pero nadie podía relajar la gravedad de su extraña cara amarilla. El sol estuvo intensamente caluroso hasta cerca de la noche, y me enfebrecí corriendo detrás del equipaje, permisos y pasaportes. No me apené cuando el cañón del vapor, al anochecer, señaló su partida, y me quedé en compañía y con la hospitalidad de mi amigo Luëng-Sing. Después que los jugadores de monte habían cerrado su banco en una de las habitaciones y los clientes se habían retirado, Chin-Ling metió un pequeño catre y me preparó una muy buena cama, en la que dormí casi tan profundamente como si hubiera sido un suave tablón”.

Para el año mil ochocientos sesenta y dos existía el hotel Cosmopolita, que contaba también con restaurante; en este hotel se fraguó un intento de golpe de estado en contra del gobernador Plácido Vega Daza. Otro centro de hospedaje era el Frank Hotel, mejor conocido como American Exchange, propiedad del capitán estadounidense Edward Moore o S. P. Moore, el cual también contaba con servicio de alimentos. Pero a diferencia de los anteriores brindaba un área de esparcimiento conformado por bar y billares; según se anunciaba en la prensa local: “la mesa está provista con lo mejor que el mercado ofrece y anexo al hotel existe un bar y billares donde los mejores licores –seleccionados en San Francisco por el propietario- se pueden encontrar”. Otro hotel de esa época era el St. Charles Hotel, en la esquina de las calles Recreo y Sacrificio, propiedad de M. C. Martín. Este establecimiento se anunciaba como “el hotel más grande en la ciudad. Y está ubicado convenientemente. Los dormitorios siempre serán encontrados en buen orden y escrupulosamente limpios”.

Para mil ochocientos sesenta y tres se daba cuenta sobre la existencia en este puerto de tres hoteles, uno de ellos el Hotel Nacional. Para el año siguiente además de estos centros de hospedaje había tres restaurantes, aunque ninguno de ellos era de primera clase.

Sin lugar a dudas los primeros turistas que llegaron a Mazatlán con propósitos meramente de esparcimiento, con el fin de conocer estos lares de la hermana república de México fueron los que trajeron los buques provenientes de San Francisco, California. El principal promotor de ese interés lo fueron las crónicas sobre nuestra ciudad y región que publicaban periódicos de esa ciudad como el Alta california Daily y el Evening Bulletin. Otro fenómeno que avivó el flujo turístico hacia este puerto fue la fiebre minera de Sinaloa y Sonora.

Al proporcionar servicio de transporte de la ciudad hacia poblados de alrededor, las diligencias también pasaron a formar parte de la incipiente actividad turística. El primero de mayo de mil ochocientos sesenta y tres salió de Mazatlán la primera diligencia de pasajeros con rumbo a La Noria. La compañía propietaria de este moderno medio de transporte se denominaba First American Stage. El propietario era S. P. Bowman, originario de San Francisco. Y precisamente durante esta la época existió el Hotel de Diligencias.

El estadounidense Henry Edwards, comediante de profesión, llegó a Mazatlán en enero de mil ochocientos setenta y cinco y se hospedó en el Hotel Nacional, que desde mayo del año mil ochocientos cincuenta y nueve ya se anunciaba en los diarios locales. Este artista se refirió a dicha casa en los siguientes términos: “El hotel en el que nos hospedamos es el Hotel Nacional y era, por fortuna para nosotros, manejado por una persona que hablaba inglés y que había pasado algún tiempo en San Francisco. El hotel era un edificio grande de adobes, con cerca de veinte cuartos, construido en forma de un cuadrado al centro del cual estaba enteramente abierto, con curiosos árboles y arbustos. En este cuadrado a veces llegaban manadas de mulas a alimentarse mientras sus dueños hacían lo propio en la plaza abierta, rodeada de enrejado, que formaba nuestro comedor. Los dormitorios de este establecimiento eran de unos dieciséis a dieciocho pies cuadrados y casi de esta misma altura; con pisos de ladrillo y paredes lechadas, en cuyas esquinas grandes arañas y cucarachas hacen su hogar durante el día, para salir de noche para cazar lo que encuentran. Las arañas, a pesar de ser tan formidables, son inofensivas; y las cucarachas, aunque vuelan en enjambres, les resultan terribles sólo a personas que poseen nervios más débiles que los nuestros. De hecho, debo decir que me gustaron ya que pude seguir mi estudio de entomología sin las usuales caminatas, y estoy feliz de anunciar que he descubierto al menos una nueva especie de cucaracha en nuestra recámara. Fue a este cuarto a donde nos retiramos a descansar después de nuestra primera y larga caminata por la ciudad (¿dije descansar?) ¡Oh, qué poco aplica esa palabra. Al amante de una cama confortable en la cual la suavidad le rodea, que le adormece hasta el reposo y que a la mañana siguiente le compele a dormitar un poco más, enfáticamente yo le diría “No vayas a Mazatlán”. Ahí no hay camas, los lugares que lo engañan a uno son simples catres de hierro sobre los cuales se extiende un pedazo de lona cubierta por una simple sábana; en eso uno se acuesta. Entonces viene otra sábana, una especie de tapa que más parece una cortina que otra cosa; eso se posa sobre uno. Y eso es todo: no hay colchón, no hay plumas ni cobertores. Las almohadas son redondas y duras como si hubieran sido fabricadas a base de madera, y aun para las más duras y pasadas cabezas resulta imposible hacer una impresión. Luego, en adición a esta solemne mofa de cama –puerto de descanso por la que cada mortal cansado clama y disfruta tanto– miles de pulgas hacen su residencia en cada catre y pican y muerden con furia toda la noche totalmente evadiendo la vigilancia y riéndose de tus intentos de atraparlas. Éstas no son como las de los países civilizados, gordas, buenas y de apariencia saludable, que te agarran honestamente y te dan oportunidad de atraparlas; éstas son pequeñas, viciosas y activas que te dan una ostentosa mordida y entonces brincan para morderte otra parte del cuerpo. Se dice que una pulga ordinaria es capaz de brincar doscientas veces su propia estatura, pero estoy seguro que estas proporciones han de ser mucho mayores en el caso de las pulgas de Mazatlán, ya que son más pequeñas y brincan mucho más lejos que cualquier pulga que yo haya visto”.

Para mil ochocientos setenta y ocho se anunciaba en la prensa local el Hotel Iturbide, propiedad de Bartolomé Carvajal y Serrano. El establecimiento se encontraba ubicado frente a la Plazuela Machado y contaba con vista hacia Olas Altas. Para servir mejor a los huéspedes y visitantes en general, contaba con repostería y cantina. Por otra parte, en el local que ocupaba el Boliche de las Américas, calle del Muelle número cuarenta y dos, el día dieciséis de septiembre del mismo año se inauguró el Hotel del Pacífico, propiedad de Antonio Charlioni. En este hotel el precio de hospedaje diario con comida incluida era de un peso con veinticinco centavos ó treinta pesos mensuales. El restaurante de este local servía los domingos macarrones y rabioles. Ambos hoteles contaban con atrios adornados por arbustos y flores nativos de la región, incluidos jacintos y enredaderas

A pesar de lo señalado con anterioridad es el Hotel Belmar, propiedad del inversionista angelino John Bradbury, el que se jacta de ser el primer hotel ya frente al mar.


Hotel Playa Mazatlán que fue el Pionero en Mazatlán en cuanto a desarrollo turístico con frente de Playa y con el paso de los años convertido en un ícono de la hotelería

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Hasta ahí, lo descrito en el libro: “Los Inicios del Turismo en Mazatlán”, de Antonio Lerma Garay, que a nuestro juicio, todo quien se diga miembro de la cadena turística de Mazatlán, debería de tener como biblia.

Y existen muchos más antecedentes, por lo que recomendamos que adquieran este libro, y de ser de su interés, por favor solicítenlo aquí>>

Y derivado de lo investigado y publicado por Antonio Lerma Garay en su libro, es necesario comentar, que Mazatlán, como muchos creen, no es un destino que nace al turismo a mediados del siglo XX, y es que la memoria de largo plazo, o la falta de afición a la lectura de los mazatlecos, que no todos, aclaramos, siempre ha sido un factor clave para, por un lado, no aprender de nuestro a veces no tan glorioso pasado y, por el otro, tomar en cuenta esos legados y construir a partir de ahí y, en consecuencia, no volver a cometer los errores que se cometían en ese tiempo, pero que con tristeza vemos que se siguen cometiendo.

Esa falta de afición a la lectura y a escudriñar la historia de la mayoría de los mazatlecos, es también lo que nos ha llevado a creer que todo lo que hacemos está bien y nunca antes se había hecho, incluso, también derivado de lo mismo, pero en particular de la falta de afición a la lectura, es que no indagamos qué sucede alrededor del mundo con relación a este a aquel tema.

Como muestra de lo que señalamos en los párrafos anteriores, rescatamos una investigación hecha y publicada en el libro: “El Nacimiento del Turismo en Mazatlán” del autor: Arturo Santamaría Gómez:


En la década del charlestón y cuando las mujeres se subieron la falda del tobillo a la espinilla, los automóviles eran pocos y los autobuses menos (fue hasta 1918 cuando los Felton importaron los primeros autos Ford, tipo turismo) por lo que vapores y ferrocarrileros eran los únicos medios de comunicación del puerto con el exterior. Las compañías Naviera de los Estados de México s.a. y Mala del Pacifico, eran dos de las que transportaban turistas y carga para Mazatlán generalmente partiendo desde San Francisco, Vancouver y Los Ángeles. El Demócrata decía en una nota informativa de 1922.

“Gran Embarcación que esta por visitarnos. Por noticias recabadas por nuestros reporteros tenemos conocimiento de que en uno de los primeros días de la próxima semana anclara en este puerto el vapor americano Ecuador perteneciente a la compañía Mala del Pacífico, procedente de San Francisco y de paso para Nueva York vía Canal de Panamá. Cuenta con las mismas comodidades del Venezuela y Trae a bordo numerosos pasajeros que se pasará varias horas en la ciudad, antes de salir a su destino”! Otras embarcaciones como el Motor Mazatlán, que pertenecía a Marítima de Mazatlán, S. A., zarpaban a La Paz, Topolobampo, Yavaros , Guaymas y Santa Rosalía .

Los primeros turistas extranjeros que viajaron a Mazatlán lo hicieron necesariamente mediante los vapores porque el ferrocarril de Nogales empezó sus corridas al puerto sinaloense hasta 1909, aunque, para entonces, el turismo era tan solo una actividad incipiente, prácticamente marginal para la economía local y nacional. No obstante, su importancia residía en que esos pocos visitantes fueron los primeros en propagar en Estados Unidos el encanto del puerto.

En los años treinta, Mazatlán se enlazaría marítimamente con centro y Sudamérica, Cuba, Nueva York. China, Japón, India y gran parte de Europa.

Nacionalmente mantendría los enlaces con La Paz, Santa Rosalía y Guaymas, y hacia el sur con los que se tenían vínculos comerciales desde el siglo XIX, como manzanillo y Acapulco. Como parte de esta expansión naviera, la Panamá Mail abrió sus oficinas en 1932, y la compañía Grace Line ofrecía los destinos de Los Ángeles, el cual se cubría en 55 horas; a San Francisco se llegaba en 25 horas más; a La Habana se hacían 10 días y a Nueva York 13. Igual manera llegaban a Mazatlán yates turísticos de lujo, como el intrepid, que trasladaba parejas adineradas de Nueva York cruzaban por el canal de Panamá, y, hacía escalas en Acapulco y Mazatlán con destino a San Francisco.

Era frecuente que hombres de negocios, hicieran escala en Mazatlán, procedentes de las grandes ciudades de Estados Unidos, como 60 de ellos que representaban a la empresa Building and Loan que, a bordo del vapor Santa Elena, desembarcaran en el Puerto el 18 de Octubre 1938. 1941 estrenó su primer astillero para fabricar barcos pesqueros, pero sin tener la capacidad para construir buques de pasajeros.


Como pueden apreciar en esta investigación de Santamaría Gómez, ni siquiera en la cuestión de cruceros somos novatos, o en la de yates turismo que sus propietarios siempre buscan marinas y en esas épocas no las teníamos.

Pero vuelve a saltar el fenómeno de la falta de lectura e indagación del pasado lo que hace por ejemplo: que hayamos perdido los cruceros supuestamente ante hechos de inseguridad, que en realidad no fue cierto. Lo que sí lo fue, el verdadero abuso con que se trató a las navieras y a los turistas lo que hizo que nos dejaran casi dos años en cero cruceros.

Pero sigamos con esta interesante información:


Investigación propia de Mazatlán Interactivo nos indica que no es realmente sino hasta la llegada de un médico norteamericano de apellido Black, quien vino a Mazatlán a realizar estudios sobre las especies de Tiburones que se podían capturar en el espejo de agua de Mazatlán.

El Dr. Black Inmediatamente se percató de que en Mazatlán la abundancia de Tiburones no era nada comparada con la de “Picudos”: Marín y Pez Vela, además de otras especies consideradas como irresistibles para los Pescadores Deportivos.

En ese tiempo, las embarcaciones que existían en Mazatlán estaban adaptadas exclusivamente para la pesca de Tiburón. El Dr. Black contactó a importantes empresarios de aquella época como don Ernesto Coppel Careaga, entre otros empresarios, quienes se percataron también de inmediato de las grandes posibilidades turísticas que tenían con los descubrimientos que hiciera el Dr. Black.

Visionarios como eran, esos ahora pioneros del turismo, se dieron a la tarea de adaptar sus lanchas tiburoneras para la práctica de la Pesca Deportiva.

La publicidad que le hizo el mismo Dr. Black a sus descubrimientos generó muy rápido que arribarán a esta destino turístico los primeros turistas atraídos por la Pesca Deportiva, es decir, ya no sólo venían a Mazatlán atraídos por los negocios, las playas y la tranquilidad que ofrecía Mazatlán a sus visitantes, pues gracias al Dr. Black se había generado un valor agregado a los atractivos turísticos del puerto, el valor Pesca Deportiva, hoy en descuido total, salvo por los esfuerzos que hace El Cid Resorts por mantener el prestigio de Mazatlán como “Capital Mundial de los Picudos”.

Como era de esperarse, en poco tiempo la capacidad instalada con que se contaba en Mazatlán para atender a los visitantes, se vio rebasada por los cada día más Turistas Pescadores que nos visitaban, dando inicio de ésta manera la construcción de hoteles, restaurantes y otros negocios relativos a la atención del turista.

A partir de ahí Mazatlán ha tenido altas y bajas, incluso llegó a ser mucho más importantes que sus ahora acérrimos rivales turísticos, Los Cabos y Vallarta, del primero se puede decir que fue su tutor y del segundo que mantuvo una estrecha vigilancia de aprendizaje de Mazatlán el que aprovechó y ahora ambos le compiten.

No obstante, Mazatlán, sin descalificar a ninguno de estos dos destinos turísticos mexicanos, cuenta con muchas cualidades de las que adolecen sus rivales, entre otras su centro histórico, el cual tendrían que pasar siglos para igualarlo y aún con ello, jamás podrían igualarlo. Su Carnaval centenario es otro valor diferencial que al igual que el Centro Histórico mazatleco es un ancla turística. A estos dos valores deberemos sumar: su historia, su cultura, la gente, su malecón, especialmente en el área que va de El Faro hasta Av. Del Mar, que es donde para fortuna de los mazatlecos esta arteria vial bordea la playa, justo sin las edificaciones de hoteles y condominios, pero también se encuentra de manera privilegiada la gastronomía y el modo de vida.

Pero existe un valor diferencial, que aunque quieran los actuales destinos turísticos que existen en México igualarlo, jamás lo harían.

Ese valor se denomina “Trópico de Cáncer”, que vale la pena aclarar ya no debe de ser de Cáncer, pero eso es otro tema. Y es que Mazatlán se ubica justo en la ruta que define el desplazamiento del sol, mismo que va precisamente desde Mazatlán hasta Las Labradas, en un movimiento que le lleva al sol 8,000 años recorrer o 4,000 de ida y vuelta.

En esta franja de aproximadamente 60 Kms., las cosas no se dan igual que en cualquier otra, desde la caída de los rayos del sol, pasando por la extraordinaria conjunción de valles, montañas y mares.

Gracias a esta condición, todo lo que aquí se produce, incluyendo los humanos, son diferentes, en particular su flora y fauna, de tal suerte que tenemos una situación especial que nos permite, pero que no lo hacemos, reclamar: “Denominaciones de origen”.

Desde luego que existen muchos más valores, pero los anteriores, a nuestro juicio, son los que le dan un valor diferencial inigualable a Mazatlán.

En la actualidad, con el anterior arsenal y con una fuerte incursión en el segmento de negocios, Mazatlán está despertando de un letargo de muchos años y está escribiendo nuevas páginas en su historia turística, que de seguir en el rumbo que lleva, se colocará, sin duda, como el mejor destino turístico del pacífico mexicano.

Al tiempo…

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3 comentarios

  1. alain vient on

    La cuarta imagen es una imagen de Hotel Playa Mazatlan, que nunca mencionaron en el articulo, ese fue el primero sobre la playa frente a el mar…

    • Tienes razón Alan y ya hicimos unos ajustes en cuanto a la foto, los que puedes checar volviendo a la página de historias del turismo. Si crees que algo no está bien o sugieres un nuevo texto, no dudes en enviarlo y lo cambiamos.

      Saludos

  2. Armando Muñoz on

    Hace poco visite Mazatlan, de haber leido esto lo habria disfrutado mas, ahi como muchos otros destinos la historia brilla por su ausencia.
    Gracias por esta lectura maravillosa.

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