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Un apunte para la Crónica de San Ignacio.
Juan Ramòn Manjarrez 
 
Un estallido de espinas irrumpe el silencio del alba, en los llanos  pedregosos de Colompo y la mesa larga de Las Lajas. Las Pitayas  se abren en  su dulzosa pulpa roja. Los hombres saltan como autómatas (“por instinto cultural o por herencia ancestral”) de la profundidad de sus sueños a las veredas  empolvadas y sedientas. Así empieza el tiempo de las Pitayas en San Ignacio. Con las Pitayas madurándose y  los pitayeros en el alba.
 
En México existen 22 especies de este fruto perteneciente al género Stenocereus, de las cuales siete son endémicos de Sinaloa, me dijo alguna vez el Dr. Bladimir Salomón. Pero la única pitaya  nativa de Sinaloa es la variedad conocida con el nombre de  Martinezzi y es justamente la que se recolecta San Ignacio, aunque también crece en parte de los municipios de Mazatlán, Concordia, Elota Cosalá y Culiacán.
 
Una línea continua se dibuja sobre el camino: es el pitayero que con una suerte de garrocha, de unos tres o cuatro metros de larga se enfila sobre los bordos de la madrugada para llegar antes que otros a los pitayales. Solo se escucha el crujido de la sequedad espinosa y un leve airecito que se aleja con la mediana claridad del alba. La temporada de Pitayas dura apenas un mes y medio “a lo mucho”.
 
Nuestra pitaya lleva el nombre de Martinezii en honor  uno de los grandes botánicos de México:  Máximo Martínez, quien estudió y catalogó esta variedad de pitaya, que como ya he comentado, es nativa de Sinaloa y cuya cosecha está en el corazón de San Ignacio.  Máximo Martínez fue autor del libro titulado “Catálogo de nombres vulgares y científicos de plantas mexicanas”, libro que es referente en el mundo de los investigadores y botánicos.
 
  Conforme entran a los llanos, los pitayeros se van dispersando por las quebradas resecas de mayo. Inician la recolección de la pitaya. Con una mirada de venado van rodeando los grandes cactus y recogiendo sus frutos maduros. Ya sobre el suelo la pitaya es liberada de las espinas que casi se desprenden solas. Para las siete de la mañana los baldes de Pitayas ya están a la venta en la plazuela de San Ignacio. La cosecha de pitaya en plena acción.
 
Se tiene noticias, por las crónicas de los jesuitas Martín Pérez y Andrés Pérez de Ribas, que los grupos indígenas de Sinaloa daban a la pitaya una importancia especial. Asociaban el fruto a la fertilidad y realizaban una fiesta dedicada a la pitaya. Con la llegada de los religiosos prohibieron dicho festival. Vale la pena entonces decir,  que hace algunos años el ISIC y el Observatorio Gastronómico de Sinaloa retomaron, con mucho éxito, el Festival de la pitaya. En 1996 el entonces DIFOCUR publicó una serie de cuadernos, entre ellos El rojo dulce de la espina, donde Gilberto López Alanís, de manera sencilla pero bien documentada revisa las diferentes crónicas de los Jesuitas en torno a este fruto.
 
La recolección y comercialización de pitaya en San Ignacio inicia en los primeros días de mayo y concluye a mediados de junio. En la actualidad el uso y consumo está siendo retomado por la ciudadanía. Ahora es fácil encontrar no solamente pitaya fresca sino como  helados, nieve, mermelada, atole, tamales, gorditas horneadas y muchas otras cosas más que se  elaboran a base de este dulzoso fruto.
 
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