Conoces el Árbol de Manzana

(A propósito de día de Muertos)
Por Rubén Romero Ibarra

Eran las 6 con 40 de la tarde del sábado 3 de octubre de 2015, cuando después de un sinuoso trayecto de 4 horas por la carretera libre, llegamos a Coscomate. Joaquín Fernández Delgado quien fuera en vida primo hermano de mi amigo Nino, y nuestro anfitrión por muchos años en ese pueblo donde nubes y montañas convergen en perfecta armonía, yacía tendido dentro de un féretro color caoba claro.

De los fogones, y las rusticas chimeneas de las casas; empezaban a salir las delgadas columnas de humo blanco que anunciaba y anticipaba una noche fría. Al llegar a la casa de nuestro amigo Joaquín, ya estaban al frente y alrededor un puñado de vehículos de los cuales destacaban las camionetas de llantas anchas y dobles rodados. Familiares, amigos y el pueblo entero estaban congregados en el portal de la casa prendiendo fogatas con residuos de madera seca del pequeño aserradero propiedad de los sobrinos de Joaquín.

Adultos, jóvenes y niños estaban reunidos en torno al fuego, platicaban del difunto y de temas diversos como suele suceder en estos casos, y a lo lejos, se escuchaba un solo murmullo que asemejaba a una asamblea comunitaria. En el ambiente, se percibía una vibración de hermandad y condescendencia que pocas veces había presenciado en sepelios de la ciudad, a decir verdad, me sentí atraído hacia esa atmosfera, en donde la salvaje belleza natural de los elementos contrastaba con las voces, risas y murmullos de las “charras” que los hombres cuenta en los velorios.

Mientras, dentro de la alargada casa de madera, se encontraban las mujeres cocinando e hirviendo café de olla para repartirlo a los presentes que acompañaban a la familia en su duelo.

Otras, rezaban y lloraban junto al féretro, queriendo limpiar las penas y pecados del difunto con Padres nuestros y Aves Marías. Luego, las mas jóvenes; se saludaban de beso y abrazo contándose los últimos acontecimientos y detalles de sus vidas, para ellas mas que un funeral, era una reunión social y familiar en donde coincidían muchos sentimientos y emociones por ver y convivir con gente que ya creían olvidada.
Era inverosímil, observar toda aquella espontanea escena cargada de emociones y añoranzas de ese “Sepelio de Pueblo”, mismo que invitaba a sentir mas de cerca a la vida, a la tierra, al mundo vegetal y al ineludible proceso de la muerte, en donde el funeral de Joaquín solo era el pretexto para que estallara todo un polvorín de sentimientos reprimidos.

Siendo honesto, la casual escena de esa tarde, transformo mi maligno y pecaminoso concepto hacia La Muerte, pues tenía muchos años que el ruido de mi vida exterior opacaba por completo mi interior, sin percatarme; que la vida, es solo un instante, un destello, un reflejo casi mortecino comparado con la eterna existencia del universo. No me sentía triste, ni deprimido ni abatido, solo nostálgico al recordar a mis difuntos que hacia años; no me movían los rescoldos del olvido. Y aunque mucho me habían recalcado los cristianos, “deja que los muertos entierren a sus muertos” yo seguía con mis reminiscencias; en memoria de esas huellas tan profundas que en mi dejaron el calor y el cariño de mis padres, hermanas, abuelos y demás familiares.

Y sin proponérmelo, me sentí cobijado en ese cálido ambiente, permeado del gesto amable y amigable de esa gente sencilla y resignada. Que sin indagar en profundas reflexiones acepta el proceso de la muerte de forma cómica, práctica, cotidiana y mítica.

Después vino la lluvia, que de apoco fue sofocando las llamas encendidas de fogatas y fogones que con esmero se habían encendido. No tarde mucho en registrar en mi memoria que hacia muchos años que no escuchaba el chisporrotear del fuego en la madera cayendo la lluvia, y ese acercamiento a los elementos, en donde aire, tierra, agua y fuego me remitían al origen mítico de nuestros ancestros; pues ahí estábamos reunidos en una especie de tribu donde a los ancianos se les reverenciaba, su voz y sus palabras inspiraban respeto, sus opiniones acerca del difunto, eran ley, como un veredicto firmado y sellado sin revocaciones.

Cuando los ancianos contaban una anécdota curiosa o chistosa del muerto, todos nos reíamos en señal de acuerdo y respeto. Algunos jóvenes, carcajeándose; les pedían a los viejos que siguieran contando “charras”, mas anécdotas y aventuras de la vida del tendido. A lo que estos accedían gustosos, pues después de todo hacer mofa de la muerte se ha convertido en el deporte favorito de nuestra cultura nacional. Quizás, es el reflejo del miedo que sentimos ante la huesuda que se lleva todo y a todos, y que no somos capaces de enfrentarla solos, por eso los mexicanos, todos en bola, vamos ante la parca creyendo que tal vez ésta se descuide y le metamos un gol, saltándose nuestro nombre en su larga lista de espera.

Volviendo a la escena del velorio, esa noche, la lluvia continuaba pertinaz y abundante, como si las nubes quisieran vaciarse por completo hasta la última gota. Los gallos y gallinas trepaban a los frondosos capulines del patio de la casa, que también servían de refugio a los perros callejeros y con dueño, que llegaban a despedir a Joaquín.

La lluvia también hizo lo suyo, dispersando temprano a muchos dolientes y amigos de la familia. Los más allegados, continuaron hasta altas horas de la noche bebiendo café y mezcal, platicando en bola para acompañar a Joaquín.

Nosotros fuimos a dormir después de las doce, en medio de una lluvia torrencial que escurría por cerros, cañadas y laderas, y me pregunte–¿Cuánto tenia que no presenciaba este espectáculo, de ver llover de noche en medio del bosque y rodeado de magnificas montañas?—Me sentí como Yuussef el Fakhri, en Las Tempestades. Entonces entendí lo que excito a Jalil Gibran, el poeta libanes, a darle vida a este personaje que rompió con el mito de los ermitaños y de las personas que deciden vivir una vida asceta.

Toda la noche llovió, cuando nos levantamos por la mañana continuaba lloviendo; y el vapor de las nubes pegándonos en la cara, nos hizo considerar que estábamos a 3000 metros sobre el nivel del mar y que las nubes ya no podían subir mas.

Era domingo 4 de octubre, y según la tradición estacional también día de San Francisco, por lo que dijimos-“El cordonazo de San Francisco- Que siempre trae lluvias, huracanes o mal tiempo”–. Pero el velorio siguió su curso, algunas personas creyeron que la lluvia iba a terminar pero no fue así, por lo que allegados y familiares tuvieron que suspender el servicio religioso y por consiguiente el sepelio.

Al día siguiente el cielo escampo, y poco a poco los rayos del sol fueron disipando las nubes y nubarrones de entre las montañas, y durante el curso de la mañana el día se volvió soleado. La misa de cuerpo presente se oficio a las 12 del día en la pequeña capilla que difícilmente caben 50 personas, por eso es que el sacerdote hablaba en voz alta y con altavoces; pues los de afuera eran mas del doble que lo que había dentro.
A la mitad de la misa me hablo él Nino, el no quería escuchar misa y quizás yo tampoco, pues ambos sabíamos que las ceremonias religiosas todo el tiempo son una fiel copia de lo mismo; como una clonación genética, pero nos quedamos en silencio por unos minutos y empezamos a subir a la falda del cerro de La Meseta, luego él rompió el silencio diciéndome—Allá van a sepultar a Joaquín, cuando subamos te darás cuenta de la belleza de este lugar—

No tardamos más de 20 minutos en subir y efectivamente, desde la empinada colina se podía apreciar el pintoresco pueblo de Coscomate, con sus casas de madera y sus chimeneas humeando, el arroyo serpenteante y los pinos y abetos socavados por el constante torrente de agua cristalina, que fluye serena hacia los bajos. Luego, ante mi, se abrió una armoniosa panorámica de los Cerros de Los Frailes, El cerro de la Lechuguilla, el Cerro del Picacho y La Meseta donde estábamos parados, y toda esta salvaje belleza, convergiendo en sus cuatro puntos cardinales con montañas y pequeños valles; en ese pueblo de madera al igual que se gente.

Cuando llegamos al sitio que recientemente habían destinado como panteón, ya estaban reunidos todos los sepultureros con sus utensilios, cavando la fosa de más de 2 metros de larga por 1 metro de fondo. Mas arriba estaba otro sepulcro, que fue el que estreno el panteón.

Por mi parte, me quede tranquilo y sereno; sentado en la hierba y recargado en un exuberante pino observando el relajante paisaje de hierbas, flores silvestres y pinares que invitaban a quedarse anclado a la sombra de esos arboles gigantes que el viento apenas los movía en su cúspide.

Se me hizo divertido y acogedor el bullicio de los sepultureros y me uní a la guasanga, en donde alrededor de la fosa estaban reunidos amigos, familiares, y acomedidos de todo el pueblo que sudorosos se carcajeaban contándose “charras” para mitigar el cansancio, unos tomaban cerveza y otros mezcal, pero no paraban de cavar uno tras otro. Desde ahí pude observar con detalle la riqueza vegetal de esta tierra y los abundantes recursos hidráulicos, pero también me percate que estaba cerca de esa obra carreta que tanto enorgullece a todos los gobiernos del Noroeste del pais. Si, La Mazatlan-Durango se divisaba soberbia y majestuosa entre este paisaje que un día fue virgen. Me sentí cerca y distante del mundo de asfalto y concreto, pues estaba a no mas de 2 kilómetros de La Caseta de Coscomate, y distante porque el tiempo se detiene en ese bosque impregnado de aromas herbales. Por un momento, me aparte de ese ritmo imbécil y delirante que se vive en las grandes ciudades, de estar conectado al mundo, pero desconectados de si mismos.

Pero volviendo al lo del sepulcro, no quise pasar por alto la oportunidad que me brindaba el momento de participar en la excavación del pozo de mi amigo Joaquín, así que después de que jóvenes adultos y hombres maduros cavaron me ofrecí como relevo a lo que aceptaron gustosos y riéndose exclamaron. —No que los de la ciudad no servían pa nada.

 

Una vez dentro, pude sentir esa conexión con La Madre Tierra, y por fin, después de tantos años pude aceptar, que la Muerte es otra forma de vida, que se mueve sin pausa y sin prisa; a la espera de tocar la puerta y decirnos:–Ya, se acabo tu tiempo, no me importa lo que ames o lo que dejes, tu vida es mía-.

Cabe por más de 15 minutos, hasta que consideraron ponerme un relevo, no me queje en absoluto, pues aparte del ejercicio físico, el ejercicio espiritual funciono como una terapia emocional que a pausas fue expiando mis conflictos internos.

Cuando Salí me dijeron los compas, –Así se hace chaparrito—y agregaron. – Mira ve a tu amigo él Nino, anda escondiéndose de la chinga, allá esta sentadito cruzado de piernas en aquel tronco, fumándose un delicado sin filtro y tomado café, ni aquí en el monte se le quita lo sabiondo e intelectual.

Luego, ya terminado el pozo, entro el albañil ha construir la fosa de ladrillo y cemento. Mientras, los demás observadores mezcaliados y cerveceados daban opiniones y consejos al experto albañil que los ignoraba diciendo— A mi enséñenme a parir, pendejos.

Esa tarde de nubes rosadas y crepusculares, fue el escenario del Sepelio de Joaquín, ese hombre que vivió con calma y desespero por un amor que nunca llego, y que al contrario de muchos hombres solteros que se tiran a la parranda y al vicio por esta condición, él cuidaba de su padre, Don Guillermo Fernández que ya casi llega a los 100 años, pero que se aferra a la vida como el primer día en que lo parieron. Me resultaba extraño e inusual escuchar el lamento y el llanto de un padre de tan avanzada edad, pues a lo sumo le llevaba casi 25 años a Joaquín, los demás hermanos Eva, Kiko y Mode también lamentaban esta pérdida, sin embargo Mode; que fue la hermana que siempre estuvo a su lado en sus momentos mas críticos, la pena y la tristeza le pego mas que a los otros dos. Pero en lo personal lo que más me conmovió de Mode, fue esa entrega total y abnegada al servicio del hermano sin reparos, sin quejas ni comentarios, y pensé—Que diéramos muchos por tener una hermana así. Es una especie en peligro de extinción.

Después me entere que ella fue la consentida de Joaquín, la mas pequeña y a quien le entrego todo su cariño y confianza hasta los últimos momento s de su vida.

Cuando todo termino, algunos se fueron poco a poco retirando a sus casas y otros ha seguirle la parranda. Pues después de todo el refrán que nos identifica reza: EL MUERTO AL POZO Y EL VIVO AL GOZO

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