Carta sin Respuesta


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(A 30 años del terremoto del 19 de septiembre de 1985)


Por: Rubén Romero  Ibarra
Mazatlán, Sinaloa, México, a; 20 de Septiembre de 2015.- Sí, aquí estoy, casualmente  en esta vieja plazuela frente al correo; y sin proponérmelo recordé la intensa actividad postal que tenía mí vida en años anteriores. Encontraba tan fascinante  ese ir y venir de cartas y  tarjetas postales que enviaba a mis novias, amigovias, amantes y desamantes, sin rumbo ni guarida, sin descartar las puntuales promociones de mis amigos de “Readers Digest”. Sentía que tenia todo y a la vez no tenia nada, el tiempo se detenía y el espacio se ensanchaba.

Mientras, los zanates chirriaban en las copas de los arboles, tratando de alcanzar a las hembras; que con disimulo huían brincoteando de rama en rama sin perder el compas del cortejo.

Luego, meditando en breve sobre ese misterio, concluí que eso es lo maravilloso del amor, que se da en cualquier especie sin importar la escala evolutiva, violando las fronteras, los espacios y las formas. No se toma en cuenta ni el mismo, solo existe incanjeable.

Pero volviendo al correo, observo la soledad de las oficinas postales que compagina con los empleados a punto de jubilarse, y me pregunto: ¿si el ciberespacio de las comunicaciones podría reemplazar al romántico correo?, en donde uno esperaba las cartas con calma y  desespero, contando los días que tardaría en llegar la correspondencia a su destino. Podíamos imaginar que la carta estaba siendo contestada y las formas y expresiones de las personas que recibían las cartas, imaginábamos hasta la forma que agarraban la pluma para escribir, haciendo pausas mentales;  pegándose con el bolígrafo golpecitos en la sien, tratando de recordar algo que se halla omitido u olvidado, o empleando la sintaxis correcta con el fin de agradar e impresionar al destinatario.

Ciertamente, debo aceptar que la tecnología le ha ganado la partida al puño y letra, sin embargo, hay cosas que no podría expresar con soltura en un email, en un “what´s up”, en “Facebook”  en twetter, un mensaje de texto o en correos electrónicos, que se pierden con sus interminables arrobas y puntos com.

Todas estas palabras no tuviesen sentido sino experimentara la nostalgia que me causa el recuerdo, siempre pegado a mi como lapa, por él, cada mañana siento insaciables deseos de regresar. ¿A dónde?, ¡a dónde sea!, quizás a esas situaciones donde deje cables inconexos, también por todas las relaciones abiertas e inconclusas, y que por razones inexplicables del destino aun continúan sueltos, pues los recuerdos son una constante en mi vida, como poros por los cuales respira mi mente, es por eso que hoy he decidió escribirte la carta que nunca me atreví a escribirte, en arras de tu póstuma respuesta, quizás el mundo de los recuerdos me proporcione información sobre el paradero de tus huesos. Y así rememorar tu  lánguida figura caminando trémula hacia mí.

Me duele saber que ya no existes

Una mañana, supe sin empachos, que en la ciudad de México había temblado.

Entonces, imaginariamente me trasladé al lugar de los hechos y pude ver los edificios derrumbados, las calles y avenidas abiertas por en medio, los postes y arbotantes eléctricos tumbados sobre el indiferente pavimento del DF, las personas atrapadas y desesperadas pidiendo ayuda, ayuda que en la mayoría de los casos nunca llegó, los incendios estrangulando el oxigeno en las viviendas, los  autos y el trasporte urbano paralizados y atrapados en medio del caos, los conductores extraviados y confusos creyendo que aquello era el fin del mundo, y sí, en efecto, para muchos de ellos así lo fue. Toda esta visión era reforzada en mi mente cada instante, cuando  escuchaba las notas informativas de los noticieros de radio y televisión en cadena nacional.

El sismo había sido devastador, de  8.1 en la escala de Richter, y  con  una duración de tan solo 2 minutos, que fueron suficientes para derruir muchos edificios y zonas habitacionales del occidente, sur, y centro del DF. Además, un día después se produjo una replica   que acabó por derribar a muchos edificios que había quedado dañados por el primer temblor. No tengo  empacho en decir que la prensa amarillista hizo su agosto retroactivamente en Septiembre.

Sin embargo, no fue sólo la prensa y los medios electrónicos los que aprovecharon toda esta revuelta caótica, también los mandos medios y altos encargados de recibir y distribuir la ayuda material  que llegaba de todo el país y de otras partes del mundo, hicieron sus bodegas particulares, acaparando los mejores víveres, productos y artículos de primera necesidad que llegaban para el supuesto reparto. Y como buenos mexicanos, estos  acaparadores dijeron. –El muerto al pozo y el vivo al gozo-.

No quise ir más allá de las vanas conjeturas del ¿por qué de esta catástrofe humana y material?. Por momentos pensé y concluí en aquel entonces, que a los chilangos la naturaleza les había dado una  verdadera lección  por ser la gente más detestable del país.

Cosa contrario lo fue; al enviarte carta tras carta y no respondías.

Tuve la leve esperanza que el servicio postal permaneciera con deficiencias después de dos meses de aquel septiembre negro de 1985.

Luego trascurrieron varios días y semanas, diariamente pasaba al   apartado postal 1304 en busca de tu respuesta; no importa su contenido sólo me conformaría saber que dabas señales de vida.

Al salir del correo sin tu respuesta, fortalecía internamente el ánimo pensando “algún día llegará,”

Pero nada de esto pasaba,  ¿ni pasará?

De ti sólo guardo aquella tarde-noche a bordo del Transbordador Coromuel cubriendo la ruta La Paz–Mazatlán.

Nunca pensé que tus pasos aún sigan caminando sobre mi árido territorio  a sabiendas que me hace daño recordarte.

Era marzo, si no mal recuerdo, y los vientos cuaresmales de alta mar jugaban con tus cabellos negros y espesos que aunque cortos, se estremecían violentos con la rechifla del aire.

Nos quedamos viendo hacia la luna. Absoluta reina del agua y las mareas que brillaba nítida, faltando dos días para llenar.

Fue suficiente ver la fijación de tu mirada en ella para saber la influencia que ejercía sobre ti, luego, pronunciaste un discurso sobre la luna; aludiendo de sutil manera los múltiples efectos que provocaba en el genero femenino.

Luego, me pediste mi opinión sobre ella, a lo que respondí: “De la luna mucho se ha escrito; en tiempos remotos las personas actuaban y funcionaban al compas de este astro tan intangible para unos, nostálgico para muchos, pero  tan practico para otros. Por ejemplo: en la antigüedad todos los calendarios eran lunares, pues su observación no sólo se limitaba para medir el tiempo y las   estaciones del año, o el comportamiento de las mareas y flujos acuosos,  sino que los alquimistas de la edad media creían en la gota de luz solidificada que proyecta la luna, a la cual le atribuían poderes curativos y protectores.

Continué: Por otra parte los griegos concebían a la luna como una trinidad, donde Selene era Luna llena, Artemisa, creciente y Hécate, menguante. Los romanos por su parte la simplificaron a una sola deidad, que era La Diana Cazadora. En nuestros pueblos  prehispánicos, los aztecas la consideraban como una diosa desmembrada a la que llamaban Coyolxauhqui. Sin embargo, para los egipcios la luna no representaba lo femenino sino lo masculino y era el dios Toth. En la India es aún Chandra. Y así, en cada cultura, la luna representaba cosas diferentes. Pero además de todos estos atributos, a la generosa luna la han asociado con misticismos de brujas, hechicerías, lectura de cartas del tarot, lecturas de cartas zodiacales y otras tantas cosas, que si la luna hablara nos arrojara miles de maldiciones.

Después, llegaron los astrofísicos quienes la describieron como un satélite íntimamente ligado a nuestro planeta, no solamente por su cercanía, sino porque creen que ésta se fue formando con el mismo material de la tierra, debido a los múltiples asteroides que chocaban con ella. Por otra parte, creo que Selene no tienen la culpa de que tantos románticos suicidas, hayan consumado su auto-homicidio al amparo de su pálido reflejo. No tengo tantas palabras para ella, los poetas, astrónomos y astronautas la han desgastado”.

-Vaya discurso. Replicaste sediciosa— Para no tener tanto que decir de ella.

Mientras, tú y yo permanecíamos inmóviles, nerviosamente sonreíamos con el respeto que emana de la cordialidad de los recién allegados.

Luego una niña jugueteaba por el largo pasillo de cubierta, poniendo al bordo de un colapso a papá y mamá que por tortolos se descuidaron, olvidándose por completo que la niña exploradora ya estaba lejos de donde ellos, por lo que desesperados corrieron para alcanzarla a pocos metros de unas empinadas escaleras; las cuales conducían hacia la proa. Buena relajada se llevó la niña curiosa por su osadía. Sin embargo, no faltó quien les acusara con sus miradas por su descuido, y un pasajero calvo y cascarrabias, de edad avanzada, no se quedó callado y antes de retirarse de la escena murmuro en voz alta: “Sigan de tortolos”.

Más adelante de donde estábamos, una pareja de gringos desaliñados y mugrosos fumaban mariguana, mismos que en su afán de no ser vistos buscaban un rinconcito por debajo de la escalera del puente de mando. Tantas  ganas traían de fumar que al irnos recorriendo hacia la puerta de acceso de Clase Salón quedamos dándoles la espalda por lo que no se inmutaron, y siguieron con su idilio sicodélico fumando la afrodisiaca hierba.

No sabíamos que hacer para confortarnos el uno al otro, hablábamos del mar, del barco, del puerto, de su familia, de la mía, de libros, cine y música. Mientras, observábamos a nuestro alrededor todas las triviales escenas de los pasajeros, ya sonreíamos, nos quitábamos de un lugar íbamos a otro, y así nos cayó la noche con su intermitente universo.

La cena estaba por servirse, por lo que se apiñaron muchos pasajeros en la cocina que daba a la  popa del Coromuel.

En el brillo de sus ojos exploré que su cuerpo demandaba algo calientito, así que no quise pasar por alto la oportunidad de brindarle un cumplido en agradecimiento a su grata compañía.

–¿Quieres un café o algo de cenar?.

-Bueno, sólo un café y un pan, pues con esta marejada seguro que vomito-. Exclamaste  divertida.

Me costó trabajo conseguir dos cafés y dos panes, pues al parecer la mayoría de los pasajeros venían hambrientos.

Recuerdo el placer que experimentaste al tomar aquel café, sorbo a sorbo, y ala vez triturabas suavemente el pan con esa hermosa dentadura que una noche me hizo soñar dentro de tu boca. Y desde el paladar observaba atento el proceso de trituración de tus mandíbulas parejas y alargadas. -Seguro. Pensé en voz alta. “Su masticar me proporcionaría una muerte menos dolorosa y exacta si me triturara en este instante, y si así fuera mi agonía, muriera feliz tragado por ti.” Pero sólo era un sueño.

Para platicar tranquilos y tomar nuestros cafés nos alejamos del bullicio y de la comidera, la cual daba un aspecto de cena de negros. -Y ¿qué tienen que ver los negros?  Preguntaste.

-De los negros no tengo nada que decir;  pero mira, si vas algún día al Bronx en Nueva York sabrás lo que son”.

Ella fue por un suéter a su camarote por lo que yo hice lo mismo, pues el viento arreciaba y la temperatura bajaba. No pude contener la idea de desatar las amarras de la fantasía aunque solo fuese por un momento.
Pero, ¿Cuál suéter?, si sólo llevaba ropa ligera y una que otra playera que había comprado en las tiendas de La Paz. Y pensé “es un defecto que tenemos la gente de puerto, nunca estamos prevenidos para una eventualidad climática, creemos que en todo tiempo y en cualquier lugar nos va acompañar el calorcito bochornoso que antonomásticamente nos brinda la costa.

Entonces recordé a mi madre,  reprochándome mi falta de previsión y ligereza  al vestir desde niño. “Nunca me cansaré de decirte hijo que te cubras bien en tiempo de frio, no quiero que te enfermes”.

Mi madre, ¿Cómo estará?, ¿qué estará haciendo?, ¿me estará recordando desde la nada, desde el olvido, desde otra dimensión remota?, ¿o estará caminando muy cerca de mí por estos fríos pasillos de cubierta del Coromuel?  Casi la veo. Como si fuera una visión lejana, trajinando en su cocina, lavando trastes de la cena, tomando su café con leche con bastante azúcar, sentadita en su silla de cuero remojando su pan en el café.

A pesar que mi madre consumía bastante dulce nunca le hizo daño, se hizo repetidas veces la prueba de la diabetes y salía en perfectas condiciones. No así sus ojos, que a causa de su miopía, poco a poco fue mermando su capacidad visual, usaba lentes sólo para coser y leer, aunque ella sabía que los debía usar en todo momento, pero se los quitaba argumentando que no se podía acostumbrar, además veía pozos y estos le ocasionaban mareos.

Mi madre, a pesar de su parquedad  fue  la mujer más bondadosa que he conocido y la que dio sentido a mi vida. ¿Pero que hace mi madre en mi  trayecto del camarote a cubierta, preso y trastornado  por una incertidumbre de no poder decir lo que siento?.

Yo nunca quise ser adulto, pero el correr de los años y de las cosas me ha traído hasta aquí, a esta inquietud dulce y dolorosa de tener frente a mí a una mujer y no saber que hacer de mí y de ella.

Si algún día llegara a tener un cargo en el quehacer educativo, pugnaría por la creación de una materia obligatoria y se llamaría “destruyendo los miedos al fracaso sentimental”. Murmuré trémulo.

-¿Por qué tardaste tanto?  Además,  esa camisa que traes es muy delgada, vamos a sentarnos a esa banca. Señalaste autoritaria.   Compartiremos mi suéter.

De nueva cuenta sin pretenderlo volví a recordar a mi madre a través de su maternal gesto y su posesiva expresión. Siendo honesto; sentí vergüenza y cierto grado de mendicidad al tomar ella esta actitud, pues lo que yo debí de hacer ella lo hizo. Pero estos sentimientos se diluyeron al decirme: -No te preocupes, a veces así nos pasa; uno quiere tomar la iniciativa en algo y luego te ganan, además me nace hacerlo desde niña, soy muy sobre protectora-.

No hubo palabras durante varios minutos, sólo acurrucos y un silencio icónico dentro de una atmosfera cargada de eróticos impulsos en donde se cruzaba el brillo de tus ojos y mis sensaciones extraviadas.

No quise echar por la borda ese sentimiento que los intelectuales llaman cursilería, así pues le di rienda suelta a mi logo amoroso antes que ella me ganara la partida. Quizás fui algo patético y poético, pero evitando el parafraseo hueco que éstos utilizan en situaciones como estas, cuyos discursos alimentan lo que hacen fueron o van hacer, es decir, se extravían, confunden el plano donde se encuentran y terminan fastidiando a las mujeres. Trasforman lo sencillo en complicado, cuando es tan fácil decir, me agradas, te quiero o te amo, en fin lo que uno siente.

Lo anterior sale a colación porque eso le sucedía a un amigo, pues a pesar de su gran intelecto y sabiduría, nunca encuentra las palabras y el momento o las palabras para expresar lo que siente. De esta manera pasaron frente a él oportunidad tras oportunidad, sin embargo, sólo se conforma con los reflejos de la realidad, no materializa su objetivo, pero, ¿Qué tiene que hacer mi amigo Carlos dentro de esta historia?.

No recuerdo con exactitud si eran las doce o la una de la madrugada cuando fuimos a dormir, por supuesto cada quien a su camarote, solamente recuerdo que la acompañé al suyo y esa noche sólo concilie el sueño poco menos de una hora, sin sentir el desvelo. Esa noche; se abrió ante mi conciencia una multitud de anhelos e ideas direccionadas al deseo, provocando al interior de mi cuerpo un estallido celular trasgrediendo cada uno de mis vasos sanguíneos.

La visualice como amiga, amante, novia, y compañera de vida. Después, la desnude descubriendo cada uno de sus encantos y me miraba fijamente a los ojos, como si la vibración de mi mirada provocase en ella una sensación recóndita que encendía todos sus puntos G. No podía apartarla de mi mente, su frescura desprovista de pudores abarcaba  todo lo largo y ancho de mi camarote, su voz, sus palabras, su piel, sus movimientos, en fin toda ella parecía estar presente y vibrante, iluminando rincones y vericuetos en el obscuro túnel de la incertidumbre, pareciera como si la vida emanara de ella, y sin embargo sólo estaba reinventado su imagen a partir del casual encuentro de esta tarde. También me preguntaba si ella estaría sintiendo igual en su camarote.

Nunca había esperado nada de la suerte, ni mucho menos creía en ella;  pues siempre, desde niño, había sido un pertinaz amante de la realidad, pues pensaba que abandonarse en ella era perder el sentido de lo humano y uno se convertía en forma progresiva y constante en un verdadero irresponsable de sus actos. De tal forma que  en la suerte las personas involucran todos los eventos de sus vidas, la hacen responsable de los acontecimientos más triviales y ordinarios. En donde el karma; juega un papel de villano traicionero sin dar tregua alguna a la elección.

Así pues, yo no quise confiar en la suerte, por el contrario, implemente tácticas verbales para complacerla y llamar su atención, tampoco quería exagerar mi deseo saturando su mente de historias extravagantes, ni yo ismos crónicos. Simplemente quise ser yo, evitando así; caer en la autocompasión.

Al despertar algunos pasajeros y tripulantes del Coromuel se encontraban rondando por los pasillos de cubierta;  esperando que abrieran el restaurant para desayunar, otros contemplaban el amanecer y los más bullangueros que se habían trasnochado esperaban con ansias tocar tierra firme para aliviarse la cruda resaca de su noche bohemia.

Yo me levanté desesperado, sabiendo que entre tanta gente no era tarea fácil encontrarla. Recorrí el restaurant y el desayunador, anduve por los pasillos de cubierta, subí hasta el tercera cubierta llegando casi al puente de mando, hurgando y explorando el barco, me encontré de frente a un guardia naval vestido todo de azul marino obscuro con su  rifle G-3 al hombro— ¿A dónde va joven? Me preguntó con voz de mando. No respondí nada y baje por las empinadas escaleras de fierro, pero en el trayecto hacia cubierta el guardia me hizo otra pregunta. –¿A quién busca? A lo que respondí:– Disculpe, buscaba a una persona pero creo que no está aquí. –Ven para acá. Insistió con carácter y al mismo tiempo que hablaba movió su dedo índice en señal que subiera hasta donde él, subí con cierto temor y desconfianza, pero estando ahí me señalo con el mismo dedo hacia la proa preguntándome, -¿Es aquella persona a quien buscas?.

-Sí señor, muchas gracias. Luego asintió con la cabeza y aseveró.

–Suerte, desde ayer te vi con ella.- Sólo le sonreí en señal de agradecimiento.

Cuando iba hacia ella, no sabia con que pretexto abordarla, me quedé unos minutos observando el toque poético que conformaba su frágil figura, el barco surcando el mar y la brisa marina que llegaba y escurría hasta la cubierta de proa, había fuerte marejada.

Mientras; un pasajero extraviado sintonizaba su radio portátil en una estación de FM en la cual se escuchaban a lo lejos canciones de Cat Steven,  Moon Shadown y  Peace Train.

Esos jeans de mezclilla marca Braxton; con etiqueta roja justamente remarcada a unos centímetros de su trasero daban a su aspecto un aire libremente exquisito, su blusa sin mangas, mostraba unos brazos  lustrosos de piel morena clara, mismos que remataban con unas manos largas y delicadas y unas uñas cuidadosamente cortadas y esmaltadas. Sus senos; algo prominentes y bien formados invitaban a una aventura de alta escala.

Sentí que era demasiado moderna respecto a mi que vestía livais de corte recto, tenis decatlón y camisa hawallana.

Sin embargo, no tenía otra opción, así que llegué con la frente en alto y postura recta. —Buenos días Señorita, ¿que tal durmió? Y respondió sonriente- Muy bien joven, y dime, ¿porque no habías venido, no te encontró mi primo Lisandro verdad? Le encargué que si te veía te avisara que aquí me encontrarías.

Al decirme estas palabras apresuradamente y con cierto tono de descontento comprendí que estaba algo enfadada pero mi sonrisa lo arregló todo.

-Tienes razón, no encontré a tu primo y estuve buscándote por todo el barco-.

-Eso me imaginé;  por eso no me moví de aquí.- Agregó.

Al  sonido de sus palabras lo acompañaban el brillo de sus ojos y una que otra sonrisa juguetona.

Reanudamos el dialogo que quedó pendiente la noche anterior hasta llegar al punto que ella no quería, sin embargo, sentía una imperiosa necesidad de vaciar por completo su interior de acontecimientos recientes.

Contándome  a detalle el fallecimiento  su padre. No pudo evitar que brotaran sus lágrimas y repuso triste.

–Mi padre era bueno, a su manera, claro. Era  también un buen comerciante que siempre lograba lo que quería sin necesidad de leerse los libros de esos ridículos positivistas, empezando con Og  Mandino, y lo que ha vendido libros, ya me leí “El vendedor más grande del mundo”, se me hizo muy patético. Pero bueno volviendo a mi padre sé que me entrenó muy bien para las ventas de manera practica, en verdad no se si seguiré su mismo ejemplo, aunque sé que tengo facultades para eso.

Yo escuchaba como un eco lejano su reprimido lamento, simultáneamente observaba los movimientos de sus labios carnosos que asemejaban el abrir y cerrar de un tulipán al amanecer. Luego de mi fuga mental incorporé mi atención hacia su gesticulación que a la par con su mirada abarcaba el todo y la nada.

En verdad nunca conocí a persona alguna que expresara tantas cosas con su mirada.

Luego nos sorprendió el sol del oriente, que a nuestras espaldas emitía los primeros rayos de su singular energía, ambos agradecimos al astro rey por darnos calor en esa fresca mañana.

Solos, recargados en el frio barandal soldado de proa a popa, flotaban dos corazones solitarios, ávidos de romperse y desnudarse, de violar las formas y las reglas, de ir y venir por el irrevocable precipicio del deseo. Sin embargo, limitamos nuestros cuerpos al calor de la compañía, de estar muy juntos pero no enlazados, a pesar que nuestras auras ya se habían fusionado batiéndose entre si ansiosas de juntar dos cuerpos.
Ellas, tal vez se masturbaron por ambos, eyacularon por mi y orgasmearon por ti.

Su primo Lisandro, él cual en ese momento fungía como su tutor y acompañante; nos dejo abiertas las posibilidades. Siempre lo recuerdo porque se portó como todo un caballero, lejos de impedirme tu compañía, me incitó a no dejarte sola, pretextando el recién fallecimiento de tu padre,  percibí en él una actitud de patrocinio ante ese inesperado encuentro. No recuerdo con exactitud su profesión, pero cuando conversamos salieron sin proponérnoslos algunos conceptos filosóficos y sociológicos por lo que de inmediato deduje  el por qué de su postura librepensadora.

Mientras; El Coromuel seguía navegando en medio del accidentado oleaje del mes de marzo,  la angular proa se clavaba en los tumultos de agua, abriendo surcos marinos. Luego me quedé observando con vehemencia el mar agitado y las olas que se estrellaban a un costado del barco, me preguntaste en que pensaba, pero no te respondí, solo hice un gesto aparentando trivialidad, pero insististe, no dejaste escapar mi pensamiento a otro plano, tal vez por la férrea fijación de mi mirada.

-Bueno tú quisiste. Le advertí. -Imagínate que tú eres La Mar y yo el barco-.

-Entonces las olas son mis brazos. ¿Cierto; o me equivoco? Disparó   esta frase dejándome mudo. Después en complicidad con sus palabras una de sus preciosas manos cayó sobre mis  hombros, y de a poco me fue arrejuntando contra su pecho dándome una verdadera lección de cariño y ternura, luego; sus labios sellaron en los míos un pacto de secretos compartidos, desbordando una pasión que espontáneamente incendio todo mi cuerpo. Luego; fuimos a mi camarote, para sellar aún mas; esa inolvidable experiencia, que cada que veo el Mar a lo lejos excita mis sentidos y reconforta mi interior.

Después de que terminó aquel dulce encuentro; algo en ella se develó y musitó- La ilusión, el deseo y el placer; son infinitamente finitos, si acaso sólo queda el recuerdo de lo que fue o sucedió, no se puede repetir lo irrepetible. Lo único que verdaderamente permanece;  es el instante de amor en tu mente, y eso, tal vez, ni la muerte lo borre.

Entonces, temblorosa y tierna tomó mis manos y se las llevó a su corazón, el cual palpitaba abrumado y excitado, por no saber a quién se lo había entregado. Luego, brotaron unas cuantas lágrimas de sus ojos, las que de inmediato con sus manos desparramó en su rostro ocultando así el delirio de amor que experimentaba por dentro.

-No temas preciosa- repuse- -Dalo por hecho que nunca te olvidaré, y que el fluir de tu sangre, lo ardiente de tus besos y la ternura de tus manos vivirán en mi para siempre. Además te buscare y te escribiré-.
Su carita revivió ante mis ojos y nos abrazamos con fuerza.

Tu sonrisa, a más de 30 años de distancia; configura y desdibuja la dulce expresión de tu mirada, desenmaraña el recuerdo y salen del anonimato a la luz; esos ojos grandes y cafés que miraban asombrados.

Ese amanecer hermoso y soleado fue el marco perfecto para cerrar el telón de una autentica escena de amor, y mostrar a dos que empezaban a quererse, la infinita posibilidad de trascender en un mundo en donde la juventud, empezaba a insensibilizarse en arras de la modernidad.

Pero El Coromuel arremetió con sus cornetas anunciando su próximo arribo al puerto. Era evidente, el tiempo se me terminaba sin poder concretar algo tangible. Abreve esperanzas en los linderos de mi soledad cuando El Coromuel disminuyó su marcha, para mi esto significaba más tiempo, sin embargo, era tal mi ensimismamiento que cuando me di cuenta ya habíamos pasado la escollera y solo faltaban unos minutos para el desembarque, luego se escuchó en los altavoces del barco el anuncio del arribo.

Los labios me temblaban y la garganta se me cerró, no podía articular palabra, pero ella con su inusitada sonrisa compuso la escena diciéndome: –Nunca he conocido a muchacho mas simpático y agradable que tu-.
Al mismo tiempo que pronunciaba estas palabras me dio un beso en la mejilla y con sus manos tomó mis labios y me plantó un beso prolongado, luego tomé con mis brazos su delicada cintura, pero mi garganta seguía cerrada.

La tenía completamente abrazada como si quisiera anclarla a mí, pero poco a poco fue desprendiendo mis brazos de su cintura hasta quedar completamente libre y me dijo.

-Bajaré al camarote por mis maletas, pero quiero que me esperes, mi primo y yo queremos que nos lleves al Servicio Postal de correos si no es ninguna molestia para ti— De ninguna manera. Respondí. Será un placer llevarlos donde quieran.

-Me hubiera gustado quedarme por lo menos un día en este bello puerto de Mazatlán, pero ya tengo mucho que salí de mi casa y mi madre me necesita. Hizo una leve pausa agrandando sus ojos expresivos y repuso. —Pero no te preocupes, te daré mi dirección para que me escribas y así estaremos en contacto, además quiero tomarme una foto contigo-.

Y así como ella dijo, sucedió, los lleve al correo, nos tomamos la foto, me dio su domicilio y se despidió de mí en esa vieja plazuela frente al correo;  dándome un fuerte abrazo y un beso que para ese entonces fue un beso muy atrevido  y prolongado, sin embargo en ella todo tenia un toque levemente estético.

Los meses transcurrieron y cartas iban y venían, hasta que una tarde ya no llegaron más. Me dijo el empleado de la oficina postal que la Ciudad de México estaba incomunicada por lo del temblor y que tardarían muchos días en restablecer el Servicio Postal en esa ciudad.

De nada sirvió ir a la Ciudad de México meses mas tarde, lo único que averigüe fue que en la zona donde ella vivía había sido cubierta por los escombros y que mucha gente desapareció sin haber sido identificados sus restos, y si se encontraron a muchos, fue imposible identificarlos por el estado de descomposición que presentaban. Además nadie pudo reclamarlos porque murieron familias enteras.

Así pues, nunca supe si sobrevivió o no en aquella catástrofe.

No me quedo otra opción que resignar a mi cuerpo, a mi mente y a mi joven corazón a vivir una prematura y perpetua soledad al saber que te has ido.  Aida.

Luego entonces, comprendí; que el fuego hay que tomarlo como venga, de lo contrario se extingue para nunca más prender.

A la memoria de la Srta. Aida Zaldívar Manríquez

PD:
A la memoria de Aida Zaldívar, Por si alguien sabe algo de ella.

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