Filosofía Marismeña: Indulgencia y Caridad

Por: MC Ramón Larrañaga Torrontegui

Mazatlán, Sinaloa, México a 30 de Julio del 2015.- El ser humano, es aquella persona en que, con más frecuencia se encuentra en la obligación de pensar al actuar en razón de los demás. En donde su relación de convivencia no es por la relación con lo que produce o se paga sino por su relación con el ser que lo lleva a cabo.  Cada ser humano es alguien en sí mismo, ciertamente necesitado y dependiente de otros, pero sujeto de su ser y de su  obrar a los demás. Parece evidente que mi voz y mi palabra dejan de ser escuchadas y el mensaje se queda en el olvido o simplemente es voz perdida en el desierto cuando la levanto en señal de reclamo social.

Estamos inutilizando la liberación de expresión y no existen medios de comunicación masiva  para atacar a los duelos que se apoderaron del control y la manipulación masiva llevándonos a la ruina espiritual. Dejamos de ser entes pensantes para convertirnos en receptores resignados de ser lo que somos en términos de seres pensantes. Nos catequizan en que evitemos criticar y juzgar las faltas y errores y admitamos como única verdad lo que ellos difunden.  Es por ello que debemos de partir del principio para considerar lo que realmente nos afecta, sus circunstancias y la forma equivocada en que nos manejamos.

 
En consecuencia, ¡Hay que cambiar! ¿Cómo?  No permitas que los demás “se las arreglen como puedan” y haz lo necesario para ayudarles. – Observa quienes a tu alrededor padecen una necesidad o sufren contratiempos, determina cómo puedes ayudar y ejecuta tus propósitos. – Centra tu atención en las personas, en sus necesidades y carencias, sin discriminarlas por su posición o el grado de efecto que les tengas. 

Rechaza la tentación de hacer notar tu participación o esperar cualquier forma de retribución, lo cual sería soberbia e interés.  Aprenderás que la compasión te llevará a ser útil de verdad. Es tan enriquecedora la caridad porque va más allá de los acontecimientos y las circunstancias, se enfoca en descubrir a las personas, sus necesidades y padecimientos, con una actitud permanente de servicio, ayuda y asistencia, haciendo a un lado el inútil sentimiento de lástima, indolencia y el egoísmo.
 
 Aspiramos a que nuestros iguales respeten nuestra condición pensante. Deseamos que nos consideren como el ser que somos, y no como una persona  que aspira a ser como ellos. Ambicionamos que nuestros valores y cualidades sean apreciados y reconocidos en la vida a la que Dios nos dio. Son nuestras  cualidades las que  precisamente nos dan fortaleza, mientras que el imitar las conductas de los otros nos debilitan porque entonces no somos verdaderamente el “yo mismo”, ni hago conforme lo pienso.
 
La intimidad es lo que se da cuando uno se da a sí mismo en lo que hace o en lo que dice.  La naturaleza humana encierra una gran riqueza espiritual, lo cual expresa su carácter abierto, efusivo, creativo y relacional plagado en fe. El ser humano es único e irrepetible y no se agota en sí mismo. El ser y el obrar de las personas  no se reducen a las expectativas biológicas, a la mera satisfacción de las necesidades orgánicas o fisiológicas, sino que se desborda, mediante la apertura a la realidad, pero también más allá de ella, manifestando lo específico de su naturaleza racional, de su intimidad creativa y aportadora de riqueza al mundo circundante.
 
El ser humano trae entre sus múltiples virtudes la compasión la cual ha ido perdiendo o solo la ejerce en ciertos momentos de su vida, con aquellos que han caído en desgracia y los desvalidos. La capacidad de conmovernos ante las circunstancias que afectan a los demás se pierde día a día, recuperar esa sensibilidad requiere acciones urgentes para lograr una mejor calidad de vida en nuestra sociedad. Compadecerse es una forma de compartir y participar de los tropiezos personales y espirituales que aquejan a los demás, con el interés y la decisión de emprender acciones que les faciliten y ayuden a superar las condiciones adversas.
 
 Diariamente ocurren todo género de desgracias. La compasión nos mueve a realizar colectas o prestar servicios para apoyar en las labores de ayuda misericordiosa.  Ante todo, debe quedar claro que tener compasión y sentir lástima no es lo mismo. Contemplamos la desgracia muchas veces como algo sin remedio y sentimos escalofrío al pensar ¿Que sería de nosotros en esa situación, sin hacer nada?, a lo mucho pronunciamos unas cuantas palabras para aparentar conmiseración. 
 
Pasa el tiempo y vemos con asombro la indiferencia que envuelve a los seres humanos, los contratiempos ajenos parecen distantes, y mientras no seamos los afectados todo parece marchar bien. Este desinterés por los demás nos hace indolentes, egoístas y centrados en nuestro propio bienestar. Sin embargo, son las personas que nos rodean quienes necesitan de esa generosidad que comprende, se identifica y se transforma en actitud de servicio. Podemos descubrir este sentimiento en diversos momentos y circunstancias de la vida, tal vez pequeños, pero cada uno contribuye a elevar de forma significativa nuestra calidad humana.
 
 Con el altruismo se reafirman y perfeccionan la espiritualidad, la generosidad, asistencia, y el dar sin esperar recompensa, por poner a disposición de los demás el tiempo y recursos personales; la sencillez porque no se hace distinción entre las personas por su condición. El respaldo, apoyo, ayuda,  por tomar en sus manos los problemas ajenos haciéndolos propios. La  comprensión al ponerse en el lugar de otros, el descubrir el valor de la ayuda desinteresada. Aunque la compasión nace en el interior como una profunda convicción de procurar el bien de nuestros semejantes, debemos crear conciencia y encaminar nuestros esfuerzos a cultivar esta acción tan lleno de oportunidades para nuestra mejora personal.

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