>>> Como consecuencia de la crisis en Estados Unidos, la economía mazatleca estaba en condiciones de desastre

>>> Desbordada por el crecimiento del Carnaval, la Plazuela Machado fue insuficiente y la fiesta se extendió al paseo de Olas Altas

De los Archivos de Mazatlán Interactivo
Con la colaboración de Mario Martini Rivera

Los Sangrientos 30´s

La evolución del jolgorio siguió viento en popa, mientras a su vera caían ametrallados los más distinguidos líderes de la revolución, víctimas de las veleidades del poder absoluto. Entre tanto, los mazatlecos siguieron entretenidos con su fiestón que entró a la modernidad con pie derecho en la década de los 30, mientras el callismo se extendía como metástasis por el país. Nunca más habría de suspenderse.

El maximato en la federación y el coronelato en Sinaloa impusieron el terror sobre quienes se oponían a “la causa nacional”. En esas circunstancias se desarrollaron los carnavales de 1930 a 1944, año en que fue asesinado de dos tiros por la espalda el gobernador Rodolfo T. Loaiza, en hechos aun imprecisos.

A diferencia de lo que ocurrió en el país, en términos de progreso y paz, Sinaloa inició en 1937 una de las luchas fratricidas más sangrientas de su historia, alentada precisamente por el triunvirato de los coroneles Delgado, Leyva y el propio Loaiza. La lucha por la tierra dejó un saldo de cuando menos 5 mil muertos en menos de 10 años, tendidos sobre el pequeño palmo de terreno del sur del estado.

La guapa Bertha Ulorriaga inauguró los carnavales de esta década, particularmente dolorosa para muchas familias del sur del estado que perdieron padres, hermanos, hijos e hijas. A pesar del sombrío panorama, después de 6 suspensiones (1903 por la peste bubónica; 1906, 1907, 1915 y 1916 por falta de fondos; y 1912 por la epidemia de la viruela), el Carnaval no sería suspendido jamás. Ni la disputa por la tierra productiva, la pobreza, los huracanes o los crímenes políticos detendrían su marcha.

Mientras el mundo estaba por terminar de bailar charlestón y Estados Unidos padecía los estragos de la recesión económica, con el más grave desempleo de su historia, y la estúpida prohibición de bebidas alcohólicas, en Mazatlán seguía el Carnaval navegando sobre aguas mansas, con vientos venturosos. Inauguró esa década la guapa joven Bertha Ulorriaga, que sucedió en el trono a la no menos guapa Julieta González, reina en 1926 y 1929.

Como consecuencia de la crisis en Estados Unidos, la economía mazatleca estaba en condiciones de desastre . Tan peculiar situación tampoco impidió que la Cervecería del Pacífico celebrara sus primeros 30 años de ser el proveedor oficial de las carnestolendas marismeñas. El jolgorio organizado por la empresa reunió a las fuerzas vivas que despacharon varias cajas de cerveza al ritmo de la banda sinaloense, también traída por los alemanes estacionados en el puerto desde 1846. Las crónicas de sociales dejaron testimonio perenne de los excesos anuales que, en todos los niveles, distinguen a la celebración.

A partir de la década de los 30, Mazatlán y el Sur del estado en general comenzaron la marcha regresiva del progreso y bienestar que lo distinguió durante más de un siglo.

El charlestón se negaba a morir ante la aparición de nuevos ritmos. Simultáneamente, aparecieron en el puerto las maravillas del avance tecnológico automotriz. Varios automóviles Ford T, sin capó, transitaron en la procesión de la bella Urriolagoitia, quien desfiló en un carruaje coronado con una enorme concha de satín.

Los Hermanos Felton se habían subido también al tren del progreso y las carretelas que distinguieron a su negocio, como “La Victoria”, cedieron el paso a los “potentes Ford-T”, que los ricos comerciantes mazatlecos se apuraron a lucir en las enlodadas y estrechas calles de terracería del puerto.

Desbordada por el crecimiento del Carnaval, la Plazuela Machado fue insuficiente y la fiesta se extendió al paseo de Olas Altas, condenando al abandono al legendario Teatro Rubio, escenario de los lujuriosos bataclanes que dieron justificación existencia a los excesos que, junto con la cerveza, son los ingredientes insustituibles de la fiesta.

Las reinas de 1930 a 1939 fueron: Bertha Urriolagoitia, María Emilia Millán, Josefina Laveaga, María teresa Tirado, Beatriz Blancarte, Bertha Ruffo, Adela Bohoner, Venancia Arregui, Amelia Ernestina Duahgón y Alicia Haas.

A pesar de la mencionada crisis del vecino del norte, Mazatlán tenía una economía pujante , sostenida en el comercio de importaciones –que comenzabas a decaer- y en las fábricas de jabones, aceites, zapatos, cerveza, hilados y tejidos, etc. También contribuían a la economía regional la próspera agroindustria que se desarrollaba alrededor de los ingenios de El Roble de la familia Haas y El Guayabo de los Tirado.

Esta fiesta económica duró hasta que Lázaro Cárdenas llegó a la presidencia de la república, quien al grito “¡ya ganamos compañeros!” desató la expropiación de fábricas y negocios y acabó con la agroindustria de azúcar y mezcal en el sur de Sinaloa.

Unos años antes, en 1933, un jovencito de 30 años, animado por sus amigos para enfrentar a la brutal maquinaria del callismo, lanzó su candidatura independiente a la presidencia municipal del puerto. Con simpatías y respeto en la región, no tuvo problemas para vencer al boticario Joaquín el chaca Escobar, candidato impuesto por Calles, el PNR y Manuel Páez, gobernador callista de Sinaloa. Hasta la fecha, Tirado ha sido el único presidente que no cobró sueldo, ejemplo que deberían adoptar los actuales.

Al terminar su período de 2 años, Tirado se reintegró al ingenio de El Guayabo y a la mezcalera de La Palma, negocios familiares que administraba como hermano mayor desde la muerte temprana de su padre, apoyado por su hermano Germán el indio Tirado. Fueron ellos los que resistieron la embestida agrarista, impulsada desde el centro de la república y que en el Sur, donde no existían latifundios, sirvió para cobrar cuentas políticas pendientes.

Dedicado a defender los negocios familiares, Tirado rechazó los ofrecimientos para dedicarse a la política y buscar la gubernatura del estado. Pero esta aclaración pública no fue suficiente para el coronel Loaiza, quien pensó que la oportunidad de gobernar el estado se le escaparía por tercera ocasión. De 36 años cumplidos un mes antes, Tirado fue acribillado a mansalva por Alfonso la onza Leyzaola, brazo armado vinculado a Loaiza

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