[accordions type=”toggle” handle=”pm” space=”no” icon_color=”#d8d2d2″ icon_current_color=”#454242″][accordion title=”Sobre los Buques Kashima y Inazuma ” icon=”” state=”yes”]
Ni la tormenta detuvo a los mazatlecos y turistas de perderse la visita a los Buques: Kashima (Escuela) y Inazuma (Destructor)
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Gracias a esta vista amistosa; Mazatlán y Japón remueven hechos de amistad que nacen hace muchos años y se recuerdan a japoneses que han sido muy valiosos en la vida nacional
Mazatlán, Zona Trópico, Sinaloa, México, a; 28 de Junio de 2019.- Luego de una larga travesía que inició en el puerto de Yokosuka, Japón, dos buques de la armada japonesa hicieron su primera escala en Pearl Harbor, en territorio estadounidense, y posteriormente le siguieron los puertos de: San Diego, en USA, Quetzal, en Guatemala, Callao, en Perú, Guayaquil, en Ecuador, para de ahí llegar a Mazatlán, en done varios días estuvieron atracadas las embarcaciones, Kashima (TV 3508), mismo que es un buque escuela y el destructor Inazuma DD 105).
Estas embarcaciones traen consigo, además de sus tripulaciones, a jóvenes cadetes en su fase de entrenamiento naval, pero a la vez, la visita de estos navíos significa un estrechamiento de los lazos amistosos que Japón ha tendido con muchos países del mundo.
Con México, Japón tiene amplias relaciones amistosas desde hace más de 400 años y 130 años de una estrecha relación diplomática. De hecho, los intercambios culturales, económicos y científicos son amplios entre ambas naciones. Por ello, la visita de estos buques es motivo de gran regocijo, tanto para los japoneses que viven en estas latitudes, como para los mazatlecos en general, ya que entre ambos pueblos, pese a la distancia y las diferencias de lenguaje y cultura, se identifican por ser sus habitantes muy amables y hospitalarios.
Nada detuvo a cientos de mazatlecos y turistas, incluso, ni la poderosa tormenta que abatió al puerto de Mazatlán desde muy temprano el sábado 27 de Junio, día programado para que el pueblo de Mazatlán visitara las embarcaciones.
Así pudimos ver centenas de familias que emocionadas recorrían la ruta de seguridad que las llevaba a las escaleras de abordaje. En donde amables cadetes, de ambos sexos, con una amplia sonrisa recibían a los mazatlecos y turistas.
A largo del recorrido, nos íbamos topando con cadetes y miembros de las tripulaciones, quienes de manera comedida ayudaban a todos a bajar o cruzar de un barco a otro. Se tomaban con gusto fotografías con quien lo solicitara, en fin, el trato de los japoneses para con los invitados, fue de los más amable y cálido.
Lo más difícil en todo este grato recorrido fue romper la barrera del idioma, pero todo pasaba a segundo término al utilizar el lenguaje de las señas y las sonrisas.
El recorrido culminó igual como inició, siendo despedidos amablemente y con una emotiva sonrisa por los cadetes.
Ambos buques lucían impecables en su pintura, así como los cadetes en su vestimenta, de sobra está decir, que la tecnología de ambos es superior.
Bien podemos decir, que el cometido encargado a esta misión japonesa de ensanchar los lazos amistosos entre estas dos naciones, fue cabalmente cumplido, incluso, superado.
Así lo dejo ver el Comandante Daisuke Kajimoto, quien al referirse a la visita a Mazatlán dijo sentirse muy contento y muy agradecido con el pueblo de Mazatlán por las atenciones que les brindaron a las tripulaciones durante sus recorridos por la ciudad. Pero manifestó un profundo respeto y cariño por la respuesta que el pueblo les dio durante la visita a las embarcaciones.
Kajimoto hizo mención especial sobra la hospitalidad y atenciones que recibieron del Vice Almirante Rafael López de la IV Zona Naval, del representante del Gobernador de Sinaloa Lic. Javier Lizárraga Mercado, del Alcalde Luis Guillermo Benítez Torres. Gracias a todos ellos y su apoyo, dijo, pudimos realizar el Concierto de Tambores Japoneses, y a la vez escuchar la Música de la Banda Sinaloense y las Artes Marciales en el Teatro Ángela Peralta.
Kajimoto reconoció también la amabilidad de los medios de comunicación por haber difundido las actividades tanto deportivas como culturales.
Antes de concluir su mensaje, el Comandante Daisuke Kajimoto, reveló que le gustó tanto la hospitalidad de los mazatlecos y de la Comunidad Nikkei, que regresando a Japón, hará mucha propaganda de Mazatlán y externó su deseo de poder regresar pronto.
Una de las personas más contenta con esta vista es, sin duda, la Sra. Esperanza Kasuga, quien incansablemente coordinó varios eventos y negociaciones para que la visita de las tripulaciones fuera, como lo que fue, un éxito en todos los sentidos.
Muchos mazatlecos con ascendencia japonesa, también nos manifestaron su beneplácito por la visita de las embarcaciones y el estrechamiento de las relaciones entre ambas culturas. Incluso algunos nos prometieron proporcionarnos información acerca de la comunidad japonesa en esta zona. La cual ya estamos esperando con ansia.
Los que no quisieron pasar desapercibidos ante esta visita, fueron reconocidos investigadores de la localidad. Y no es que ellos quieran figurar, sino que aseguran que los ciudadanos japoneses que han radicado en esta zona han sido muy valiosos en el desarrollo de la región y algunos han hecho grandes aportes a la comunidad mundial, por ello, Antonio Lerma Garay, investigador y abogado, nos entregó para publicar, una copia del escrito que le hizo llegar al Comandante Kajimoto, de la publicación que hiciera del naufragio de una tripulación japonesa y todas las vicisitudes que vivieron y que los llevaron, incluso, a Mazatlán. Esta historia la pueden leer en el link que aparece al final de la presente con el título: Japón y Mazatlán Jatsutaro y Senzuke.
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Por: © Jesús Antonio Lerma Garay.
algmzt@hotmail.com
Cel. 669 2805733
Autor de: Mazatlán Decimonónico. El General Traicionado. Vida y Obra de Plácido vega Daza. Érase Una Vez en Mazatlán. Mazatlán Decimonónico IV. Breve Historia de los Ataques de Buque de Guerra Ingleses a Mazatlán. Los Pardos de Mazatlán, El Vuelo del Curtiss Sobre Mazatlán.
Jatsutaro y Senzuke
El siete de octubre de mil ochocientos cuarenta y uno el barco pesquero Eiju Maru zarpó de Hyogo, Japón, al mando de Senzuke Inoue con trece pescadores más, enre los que se encontraban Jatsutaro y su hermano mayor, Shichitaro.
En Uraga el barco fue inspeccionado y al día siguiente zarpó rumbo a Oshu, mas el viento lo obligó a ir hacia Izu hasta ir a parar a Oajiro. El bajel llegó a Cabo Inubo el veinticuatro de noviembre, de ahí regresaría a Oshu. Pero alrededor de las diez de la noche el fuerte viento los obligó a arrear velas y dejar que el barco navegara a la deriva.
Hacia la media noche la situación empeoró obligando a los hombres a echar por la borda parte de su cargamento. El día siguiente no fue mejor, por lo que se vieron forzados a deshacerse de más carga. Pronto el Eiju Maru navegaba a la deriva rumbo al sureste.
Para finales de marzo de mil ochocientos cuarenta y dos los japoneses se dieron cuenta que los días se hacían más largos y cálidos. Un día uno de los pescadores subió a la torre y vio un barco a lo lejos. Los nipones estaban sorprendidos de ver un barco después de viajar meses a la deriva, pero quedaron aún más sorprendidos cuando aquella nave se acercaba más y más a ellos. La sorpresa se convirtió en terror al darse cuenta que el barco que se les acercaba era de extranjeros. El navío, que era comandado por dos españoles y contaba con una tripulación de veintiséis filipinos, dio varias vueltas alrededor del Eiju Maru hasta que bajó dos botes con cinco o seis hombres armados. Las lanchas dieron varias vueltas alrededor del barco japonés hasta que finalmente aquellos hombres decidieron abordarlo.
Los japoneses no sabían qué trato recibirían por parte de los recién llegados, por lo que los recibieron con saludos y reverencias. De inmediato filipinos y españoles descubrieron en los náufragos signos de debilidad debido a la mala alimentación. Pronto los nipones abandonaron el Eiju Maru y subieron al otro barco. Los primeros tres días los náufragos recibieron alimentos tres veces al día; los días siguientes sólo dos veces diarias. La nave siguió su viaje rumbo al sureste por sesenta días durante los cuales los nipones fueron tratados como esclavos, mal alimentándolos y obligándolos a trabajar sin parar.
Para finales de mayo de mil ochocientos cuarenta y dos el barco se acercó a tierra y por fin ancló. Jatsutaro vio a los extranjeros bajar un bote y dirigirse a la playa, al parecer para realizar algunas compras. Esa media noche los extranjeros obligaron a siete de los japoneses a abandonar el barco.
Una vez más ellos estaban aterrados ¿En qué tierras se encontraban? ¿quiénes las habitaban? ¿serían gentes tan bárbaras como los que recién los habían abandonado? Jatsutaro y Senzuke decidieron ir a buscar ayuda en una casa que habían visto desde el barco, pero los demás se opusieron con temor. A pesar de ello, aquéllos se aventuraron y caminaron a la luz de la luna un par de leguas. Pronto escucharon voces en un idioma inentendible y osaron alzar las suyas. De inmediato obtuvieron respuesta de los nativos quienes estaban sorprendidos de ver a los extranjeros ahí.
Los lugareños guiaron a los extranjeros hasta un sitio donde se encontraban dos casas y unas veinte personas quienes igualmente quedaron sorprendidas de ver a los exnáufragos. Todos parecían querer saber cómo habían ido a parar ahí, pero ni los lugareños hablaban japonés ni los nipones hablaban el idioma de los nativos. A pesar del obstáculo lingüístico, mientras tomaban agua, con señas los recién llegados les hicieron saber sus desventuras y sufrimientos. Uno de los lugareños parecía preguntar que de dónde venían, a lo que ellos respondieron Nippon varias veces. Los lugareños respondieron diciendo Japón.
Los siete asiáticos permanecieron durante dos días en ese lugar, que tiempo después supieron que se llamaba Cabo San Lucas. De ahí los náufragos fueron llevados en barco a San José del Cabo, donde fueron presentados ante la autoridad. Ahí encontraron a dos de los japoneses que habían permanecido en el barco que los había traído a Baja California.
Conversaban los nueve japoneses sobre sus aventuras y el destino de los cuatro compatriotas suyos que aún quedaban en el barco cuando unos veinte hombres, al parecer comerciantes, llegaron hasta ellos. Cada uno de los mexicanos adoptó un japonés y lo llevó a vivir a su casa.
Rumbo a Mazatlán
A principios de septiembre siguiente Miguel Chosa, quien era el protector de Jatsutaro, recibió una carta de la capital por la que tuvo que trasladarse a un lugar llamado Mazatlán. El comerciante dejó al japonés como encargado de sus asuntos y de su familia.
Dos meses después, en noviembre, Jatsutaro conoció a Berón, un marinero amigo de Miguel Chosa, quien le preguntó si era su intención regresar algún día a su país natal. Con tristeza Jatsutaro le respondió que ni por un momento podía olvidar su tierra y sus padres. Ante ello, Berón le recomendó trasladarse a Mazatlán, donde le sería más fácil encontrar un barco con destino al lejano oriente.
Jatsutaro envió con Berón una carta a Senzuke, quien residía en La Paz, haciéndole saber la conversación sostenida. Pronto los nueve japoneses se reunieron y convinieron en que Jatsutaro y Senzuke eran los idóneos para realizar el viaje a aquel lugar llamado Mazatlán y buscar una vía de regreso a Japón. En su propio barco, Berón transportó a estos dos nipones de San José a Mazatlán, donde llegaron a mediados de diciembre. La fortuna seguía de su lado pues un bergantín estadounidense saldría en cuestión de cuatro o cinco días rumbo a China.
Miguel Chosa, quien se encontraba aún en Mazatlán, se enteró de la llegada de los japoneses. Pronto fue a ver a Jatsutaro y le pidió no regresar a Japón. A cambio le daría una de sus hijas y una dote de diez mil monedas de plata. Con cortesía el nipón se rehusó.
Regreso a Japón
Los mazatlecos quedaron igualmente impactados al ver por las calles de la ciudad a aquellos extranjeros. La noticia sobre su llegada, su desgracia y su historia pronto fue conocida por toda la población. Fue de gran ayuda para Jatsutaro y Senzuke la intervención de Gustav Koc, cónsul de la Ciudad Libre Anseática de Hamburgo en Mazatlán, quien intervino a favor de ellos y solicitaba ayuda entre la comunidad de comerciantes para hacer regresar a su casa a los dos nipones.
« El señor secretario del Superior Gobierno de este departamento con la fecha de hoy me dice lo que copio.
Habiendo solicitado el señor Gustavo Koc cónsul de la ciudad libre de Hamburgo un socorro para que los dos infelices náufragos del Japón puedan volver a su país ha resuelto el señor gobernador que en obsequio de la humanidad se ausilien estos desgraciados con treinta pesos de los fondos de propios y mandará usted entregar los mismos al señor Koc.
Transcríbolo a usted para que inmediatamente entregue al referido señor Koc la suma expresada en la inserta superior orden recogiendo el correspondiente recibo.
De haberlo así verificado me dará usted el aviso correspondiente.
Dios y libertad.
Puerto de Mazatlán a diciembre 16 de 1842.
J. N. Ruelas.
Sr. Tesorero esp. de esta municipalidad.»
El propio Berón hizo lo mismo; llevó a los dos japoneses a las casas de las familias pudientes de Mazatlán, a quienes pedían ayuda monetaria para repatriar a los nipones. Algunos les daban cinco o diez monedas de plata; de las familias más ricas obtenía treinta e incluso cincuenta monedas. Al final lograron reunir doscientas sesenta monedas.
Jatsutaro y Senzuke querían regresar a San José para llevar a sus compañeros en el viaje a China. Pero no había tiempo. Berón les advirtió que si perdían ese barco podrían pasar seis, doce o veinticuatro meses antes de que otro barco zarpara con ese rumbo. Con dolor ambos utilizaron cien monedas para comprar pasajes en barco, y parte del resto se utilizó en ropa, vinos y otros artículos.
Sólo cinco días estuvieron Jatsutaro y Senzuke en Mazatlán ya que abordaron el bergantín estadounidense y pudieron llegar a sus casas el dos de octubre de mil ochocientos cuarenta y cuatro.
1 Archivo Municipal de Mazatlán. Caja Año 1842.
2 Maekawa Bunzo y Sakai Junzo. Kaigai Ibun. Un extraño cuento de los mares. Compilación de Maekawa Bunzo y Sakai Junzo, según lo narrado por Jatsutaro. Traducción al inglés por Richard Zumwinkle y Tadanobu Kawai. Dawson’s Book Shop. Los Angeles. 1970.
Japón y Mazatlán en la Revolución Mexicana
Japón. El día 12 de noviembre de 1913 el gobierno de Japón hizo púbica una nota que involucraba a México: «El gobierno japonés desea sinceramente que la situación en México mejore y que tanto los nativos como los extranjeros en el país estén a salvo. Pero a juzgar por los reportes no se puede decir que las vidas y las propiedades de los japoneses residentes ahí estén a salvo. A la fecha algunas de las potencias han enviado buques de guerra a las aguas mexicanas, y una nación negocia con otra con el propósito de confiarle a sus connacionales. El número de japoneses en México es de unos 3 000, mayormente distribuidos en el interior. La legación japonesa está haciendo todo lo posible para prepararse para una emergencia, pero el gobierno considera expedito prepararse ante la posibilidad de que sus nacionales sean puestos en una situación de peligro, y por tanto ha decidido enviar al Idzumo.» 3 Previamente el gobierno nipón había consultado el caso con el cuerpo diplomático estadounidense en Tokio. La versión del gobierno nipón era cierta ya que desde el día 2 de mayo de ese mismo año su similar de Washington había ordenado a dos de sus buques de guerra, Annapolis y Glacier se movilizaran a los puertos mexicanos en el Pacífico, precisamente a Mazatlán, con el fin de proteger a sus connacionales de los riesgos de la Guerra Civil Mexicana. La prensa japonesa aprobaba la medida gubernamental, y el premier Gombei Yamamoto 4 y el ministro de relaciones exteriores, Nobuaki Makino, hablaron sobre este tema.
La mañana del día 20 siguiente el buque imperial japonés zarpó de la base naval de Yokosuka. La fuerte lluvia no impidió que una multitud acompañara al almirante Minoru Saito, ministro de marina, en la ceremonia de despedida. El buque era comandado por el capitán Keizaburo Moriyama, uno de los más aptos oficiales de la marina nipona quien, además de ser hábil y cortés, hablaba inglés y francés. El Idzumo había sido construido en Inglaterra el año 1899, y se había distinguido en la Guerra Ruso-Japonesa; entre sus batallas contaba con haber participado en el bombardeo de Puerto Arturo, Manchuria, el 4 de febrero de 1904; el de Vladivostok en abril del mismo año; y en la Batalla de Ulsan, en la que había hundido el buque ruso Rurik 5. La nave nipona pasaría por Honolulu y de ahí se dirigiría a Manzanillo 6.
Estados Unidos. La noche del 14 de marzo de 1912 William Howard Taft, presidente estadounidense, emitió una resolución citando la guerra civil que se vivía en México e instaba a todos los estadounidenses a respetar las leyes de neutralidad aplicables sobre el caso mexicano. La finalidad inmediata de dicha resolución era simplemente la prohibición de exportar armas o municiones a México. Días antes, 2 de marzo 7, el mismo presidente había recordado a sus compatriotas las leyes de neutralidad a la vez que los había instado a no visitar México o, a quienes se hallaban en él, a abandonarlo de inmediato 8. El gobierno de este país envió a la costa occidental de México una flota para resguardar sus intereses y ciudadanos. Los buques USS Annapolis y USS Glacier habían sido enviados a Mazatlán desde mayo de 1913 9. Abordo del USS California el almirante Thomas Benton Howard estableció en la Bahía de Mazatlán su base de operaciones del Pacífico mexicano. Desde ahí comandaría los otros buques de guerra de su país, entre los que se encontraban los siguientes USS Yorktown, USS Cheyenne, USS Lawrence, USS Saturn, USS Newport y el USS Vicksburg, los cuales se desplazaban constantemente entre los puertos mexicanos de este litoral.
El día 9 de abril de 1914 murió la emperatriz Haruko en la Villa Imperial Namazu, Yokohama 10, Japón, Las noticias llegaron hasta el Idzumo, que de inmediato realizó las honras fúnebres de rigor, a las que se que unieron los buques de las otras naciones. Durante un minuto todos los barcos de guerra en el puerto, lo mismo que las fuerzas en tierra, dispararon salvas en memoria de la recién finada, causando rumores de ataques en la población, por los cuales el almirante Howard tuvo que enviar una nota aclaratoria a Washington 11. Para el 23 de mayo siguiente se dio un incidente entre los mexicanos y los nipones: los hambrientos soldados federales por fin habían conseguido alimentos, los cuales trasladaban de unas de sus lanchas a tierra. La maniobra fue descubierta por las fuerzas constitucionalistas que comenzaron a dispararles desde la “Isla de la Piedra”. Sin embargo, una de la lanchas del buque japonés Idzumo se encontraba cercana a las de los federales, y balas de los obregonistas cayeron muy cerca de aquélla, poniendo en serio peligro a los japoneses. Al ver esto el capitán Moriyama envió de inmediato una nota de protesta al comandante de las fuerzas obregonistas, 12.
3 Sacramento Union. Sacramento. 13 de noviembre de 1913.
4 Hawaiian Gazzette. Honolulu. 6 de mayo de 1913.
5 The San Francisco Call. San Francisco. 12 de octubre de 1909.
6 The New York Times. Nueva York. 21 de noviembre de 1913.
7 New York Tribune. Nueva York. 15 de marzo de 1912.
8 Ídem. 3 de marzo de 1912.
9 Hawaiian Gazzette. Honolulu. 6 de mayo de 1913.
|0 New York Tribune. Nueva York. 10 de abril de 1914.
11 The New York Times. Nueva York. 26 de mayo de 1914.
12 Ídem. 23 de mayo de 1914.
Un Japonés Regresa a Japón
Año 2019. Era la media mañana de un día del mes de agosto del año dos mil. El sol ya anticipaba el calor que nos traería después de mediodía. Yo venía de algún lado, no recuerdo de dónde, caminaba hacia la casa de mis padres.
Al comenzar a subir la loma de la colonia Montuosa en la banqueta de una de las casas vi un estanquillo hecho de lámina, de esos en los que venden refrescos, galletas y panes industriales, dulces y otras chucherías. Estaba ya a menos de cinco metros del puestecillo e iba yo dispuesto a no detenerme ahí cuando el tendero llamó toda mi atención. En menos de un segundo reconocí a ese hombre. Detuve mi andar, lo miré en silencio. Él acomodaba algo, quizá dulces, en una pequeña repisa. Me dio mucho gusto verlo después de más de veinte años. Me acerqué al puesto en silencio, y al llegar a él saludé a mi anciano amigo.
– ¡Amigo!!!.
Al escucharme él abandonó su trabajo y creyendo, tal vez, que se trataba de un cliente más, levantó la mirada y se dispuso a atenderme. Pero antes de que pudiera decir algo le lancé:
– ¿Cómo has estado?.
Al escuchar la segunda pregunta, el hombre me miró. Por un par de segundos analizó mi cara, luego me regaló una amplia y franca sonrisa; en su expresión vi gusto. No había la menor duda, después de más de dos décadas de no vernos, él también me había reconocido de inmediato. A pesar de su parquedad, conversamos por unos minutos. Pero me fue imposible evitarlo, y tal como lo había hecho casi seis lustros atrás, le pregunté:
– ¿Alguna vez regresaste a Japón?
II
Conocí a mi Amigo casi a finales de la década de los años setenta. Él era ya un hombre mayor que cuidaba de su centro de billares y dominó ubicado en la Montuosa. Ahí lidiaba con vagos, alcohólicos, drogadictos y tahúres, viejos y jóvenes, venidos no sólo de la Montuosa sino de otras partes de la ciudad. Un día unos compañeros y otros amigos entramos a ese paupérrimo centro de billares y vi a aquel hombre de estatura baja, delgado y canucio que se auxiliaba de unos lentes gruesos, lentes color verdoso para poder ver mejor. En una pizarra de lámina, regalada por alguna fábrica de refrescos, él anotaba la hora de inicio del tiempo de juego. Luego, al retirarse los parroquianos, hacía cuenta del tiempo jugado para que pagaran la tarifa correspondiente.
Al escucharlo hablar supe que era proveniente de algún lugar de Asia; comprendí porque algunos parroquianos le llamaban «Chino», pero no era nativo de China.
Eran las vacaciones de verano, así que pocos días después regresamos a los billares de Arturo. En el grupo de jóvenes sinquehacer que éramos se encontraba uno llamado Jaime, quien comenzó a llamar a aquel asiático «Chino» una y otra vez. En una de esas veces el anciano lo enfrentó con evidente molestia:
– ¿Tú chino? ¿Tú chino?
Mi compañero, siempre burlón e impertinente, no se dio cuenta de que al hombre no le gustaba que le llamaran «Chino» hasta que alguno de los compañeros se lo dijo. El resultado fue peor: «Chino», «Chino», «Chino» comenzó a llamarlo con el claro propósito de causarle enojo. Y tan fue así que por última vez fue y ya con enojo le preguntó:
– ¿Tú chino? ¿Tú chino?
Pero Jaime no iba a cambiar su estilo y cuando aquel hombre le dio la espalda volvió a llamarle «Chino.»
Perdí de vista por unos momentos a aquel joven impertinente y al viejo enojado. Sin embargo, de repente alguien dio la voz de alarma. Mi amigo asiático se acercaba a Jaime blandiendo una katana sacada quién sabe de dónde. Cuando éste lo descubrió comenzó a correr entre las mesas, huyendo de aquel hombre que amenazaba con degollarlo con aquella hoja de acero que parecía recién lustrada. Corría Jaime aterrado entre las mesas de billar, pero tres metros atrás le seguía el viejo iracundo con su katana al parecer decidido a castigarlo por haberlo llamado «Chino» con tanta insistencia. Pero si en el rostro del joven burlesco se reflejaba el terror, en el del asiático no había un mínimo gesto de venganza, sino de simple diversión. Por fin el cielo iluminó a Jaime y en lugar de seguir corriendo, huyendo entre las mesas de billar, acertó a cruzar la puerta de salida para ya no regresar a esos billares jamás. Tras verlo salir del local, pero al verlo salir de esa manera, el japones sonrió por un momento, pero de inmediato pareció olvidar el asunto.
Cuando pasó junto a mí me sonrió. Para él ese muchacho imprudente, ese incidente, eran cosas sin importancia.
Lo detuve y sin perder tiempo lo cuestioné:
– Amigo ¿Tú nipón?
Lo sorprendí. Aún hoy pienso que nunca nadie en México le había llamado nipón. Me miró, pero no atinó a contestarme. Le repetí la pregunta; y repuesto de la sorpresa me dijo que sí. Le pregunté si era de Edo, me dijo que no. A partir de entonces pude hacerlo que me platicara algunas de sus vivencias.
En la década de los años cuarenta, provenientes de Japón habían llegado a Manzanillo él y su esposa. Ambos eran muy jóvenes. Le pregunté el porqué, pero no obtuve respuesta; supuse huían de la guerra. Poco tiempo después de su llegada a México su compañera cayó enferma y luego murió. Se sintió desolado y completamente solo en una tierra extraña. Solitario comenzó a deambular por las calles de Manzanillo sin hallar sentido a su vida, y sin importar qué viniera abandonó aquella ciudad. Caminó por carreteras sin importarle qué sucediera; se detenía por varios días en un pueblo, en el siguiente, en otro. Y así siguió caminando hasta que llegó a un puerto del que jamás había oído pero que llamaban Mazatlán donde, sin haberlo pensado, se aposentó. En ese, para él, raro puerto conoció una mujer local. El destino, Dios, bendijo a ambos con hijos y la vida tuvo nuevo sentido para él.
Parco, muy parco, era mi amigo japones, aun así pude arrancarle una que otra anécdota de su vida. Él era un anciano venido del otro lado del mar mientras que yo era un joven local, pero había cierto grado de amistad entre él y yo. Quizá él supo comprender aquella insaciable e interminable curiosidad mía, tal vez era su forma de agradecer el respeto que siempre le mostré; pueda ser que, después de todo, también él necesitaba alguien que le escuchara de vez en cuando. El caso es que el hombre solía responder mis preguntas sin molestia alguna.
Desde tiempo atrás, desde el momento en que había terminado la anécdota de Jaime y la katana, había estado revolviéndose en mi mente una pregunta que quería formularle al japones. Aunque tampoco quería remover su pasado. Sin embargo, un día le pregunté:
– Arturo ¿Alguna vez regresaste a Japón?
No necesité palabras para conocer su respuesta. Su rostro reflejó una profunda nostalgia, una inconmensurable tristeza. Sé bien que mi pregunta abrió en él un libro que se negaba a ser cerrado, pero que dolía, que le dolía mucho. Su rostro se endureció y me contestó un simple no. Luego se alejó de mí.
En una ocasión le pregunté si había estado en Mazatlán el año 1964, cuando aquel maremoto desaparecería la tierra de venados con la fuerza de una ola gigantesca. Su respuesta fue un sí.
– Qué hiciste ese día –le pregunté sin perder tiempo.
El hombre sonrió anunciándome una respuesta inesperada, pero que se dilataba en llegar. Lo miré pero le hice ver que mi mirada reiteraba la pregunta recién hecha. Sonrió de nuevo, rió levemente y me dijo:
– Yo colí, colí y colí. En Venadillo cansé y senté a espelal ola.
Reímos juntos de su ocurrencia. En lugar de subir a un cerro, de huir hacia un pueblo de la sierra, Arturo había salido corriendo hasta un pueblo cercano al mar y que se encuentra también al nivel de éste. Luego concluyó:
– Ola nunca llegó, y yo leglesé a casa.
En ese entonces Arturo ya casi era un anciano, y en sus billares de la Montuosa no era raro que fuera víctima de algunos vagos abusivos. En una ocasión unos rufianes de la Montuosa le robaron varias de las bolas del billar, por lo que no podía rentar las mesas. A menudo borraban de la pizarra la hora anotada por él sólo para anotarse menos tiempo y así pagar menos. Dos veces vi a su hijo Arturo pelear con alguno de estos personajes en defensa de su anciano padre. Por estas razones, y otras, su familia intentaba convencerlo de cerrar aquel billar y dedicarse ya al hogar. Pero todo era en vano.
III
Habían pasado más de veinte años sin ver a mi amigo Arturo, por eso cuando lo vi atendiendo aquel puesto de refrescos, dulces y galletas me dio gusto de que su familia por fin hubiera podido sacarlo de las fauces de lobo que era aquel billar de la Montuosa. Cuando le pregunté que cómo estaba, Arturo extendió sus brazos en señal de que aún estaba vivo y bien. Pero yo tenía una pregunta para él, era una pregunta que ya le había hecho antes y que su respuesta me había dejado un mal sabor de boca. Yo necesitaba escuchar una contestación diametralmente opuesta, y con esta esperanza me atreví a preguntarle:
– Arturo ¿Alguna vez regresaste a Japón?
No necesité de sus palabras para saber la respuesta. No había terminado de pronunciar la pregunta cuando su boca dibujó la más amplia de sus sonrisas, sus ojos se iluminaron, su rostro se llenó de alegría. Era esa la segunda ocasión que le preguntaba lo mismo, y sé bien que ahora había abierto en Arturo un arcón de los más bellos y agradables recuerdos.
Todos sabemos hacia dónde nos lleva la edad y Arturo se sabía no exento de ese destino. Por ello un día escribió a sus hermanos en Japón con la esperanza de que alguno le respondería. Pasaron días, semanas, pero no llegaba una respuesta del otro lado del mar. Pasaron más de dos meses hasta que un día el cartero entregó en su casa una carta con caracteres medio raros. Uno de los hermanos de Arturo le respondía, le decía que después de medio siglo de no saber de él lo habían creído muerto desde décadas atrás. Pocos días después llegó otra carta también proveniente del otro lado del Pacífico, otro de sus hermanos le escribía.
Muy pronto comenzó una relación epistolar entre aquellos hermanos separados por el océano Pacífico, por más de cincuenta años, alejados por el destino. Arturo anhelaba ver de nuevo a sus familiares, pero su economía no lo permitía. En Japón, supo Arturo, se habían reunido sus hermanos, sus hermanas, los hijos de éstas y aquéllos, todos ellos querían ver, conocer a aquel hermano, a ese tío que había salido de Japón y que todo mundo creía muerto. Así pues, todos ellos cooperaron para pagar el pasaje de aquel puerto llamado Mazatlán a un pueblo del interior de Japón. Pero para ese entonces Arturo ya no podía viajar solo. Esto no importó a sus familiares allende el mar: le compraron un pasaje extra para que lo acompañara una de sus hijas.
Arturo regresó a Japón ya en el ocaso del siglo XX, casi en el anochecer de su vida, después de casi sesenta años de vivir en México. Dos de sus hermanos y un par de sobrinos fueron a recibirlo al aeropuerto de Tokio. De ahí lo llevaron a otra ciudad, luego a un pequeño pueblo, aquel del que él había salido muchos años atrás. Al llegar a su destino decenas de hombres y mujeres, jóvenes, viejos, niños, esperaban a Arturo y su hija; toda la familia. Cuando Arturo bajó del automóvil todos sin excepción le mostraron sus respetos. El mexicanizado abrazó a sus hermanos y hermanas, vio por vez primera a otros hermanos de él que habían nacido después de su partida, conoció decenas de sobrinos y sobrinas así como descendientes de éstos. La celebración se prolongó por varios días.
Durante varias semanas Arturo supo de una dicha plena e inmensa. No obstante, se acercaba el día en que él y su hija debían regresar a México. Unos de sus hermanos le pidieron quedarse en Japón a pasar el resto de su vida. El hombre seguía amando a Japón como siempre, seguía queriendo a sus hermanos, pero, les dijo «Mi vida está allá, en Mazatlán, con mi familia, con mis hijos»
Y, tal como lo había planeado, mes y medio después de haber permanecido entre sus familiares del otro lado del Pacífico, Arturo y su hija regresaron a la tierra de venados.
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