Ángela Peralta, la gran artista de México llegaba a la ciudad y Puerto de Mazatlán. El Ayuntamiento porteño – según la crónica del periódico El Sinaloense de Mazatlán, del 23 de agosto de 1883- al verificar la visita de la cantante, aprobó los gastos que fueran necesarios para recibir a la excelsa soprano. Nombró una comisión para que se encargara de la recepción. Se contrató el teatro Rubio y se engalanó el muelle, de tal suerte, que cuando arribó la Peralta, el pueblo mazatleco le lanzó incesantes vivas a la artista, y ahí mismo se cantó el himno nacional.
Cuando vino al mundo
Según el libro de bautizo, acta 654, se asienta que el día 6 de julio de 1854, en la calle Aldaco número 11, de la ciudad de México, nació una niña que le pusieron por nombre María de los Ángeles, Manuela, Tranquilina, Cirila, Efrena Peralta y Castera. La criatura al nacer en vez del primer llanto entonó el primer canto, porque a los 8 años cantó la Cavatina de la ópera Belisario de Donizzeti. A los 9 años maravilló a Enriqueta Sontag, condesa de Rossi. Se fue a Europa, en España la llamaron El Ruiseñor Mexicano. Regresa a México y fue recibida como una soberana, cantó en los mejores teatros y se le reconoció como una de las mejores cantantes de ópera en el mundo.
La función que no funcionó
Al día siguiente -rememora el mismo diario del 24 de agosto-, Ángela Peralta dirigió el ensayo para la representación de Aída, ópera con la que debería hacer su debut, pero no se hizo por haber caído enfermos de fiebre amarilla, el director de escena y el maestro director. La función debió verificarse esa misma noche, pero se pospuso porque al obscurecer ya eran varios los artistas atacados por la devastadora calamidad. Al amanecer del día 25, el mal se ensañó en los miembros de la Compañía, a tal grado, que de los 80 que la integraban, solo quedaban con vida dos. Ángela peralta murió el día 30 de agosto de ese 1883.
Casó en artículo mortis
El señor José Luis Jiménez, periodista mazatleco aficionado a la ópera, llevaba un diario donde refiere los detalles de cómo se desarrolló la impresionante ceremonia matrimonial, donde la Peralta casa en lecho de muerte: “Eran la diez y cuarto de la mañana, en la habitación número 10 del Hotel Iturbide, uno de los artistas de apellido Lemus, sostenía a doña Ángela por la espalda y en el momento en que el juez hizo la pregunta sacramental:
Sin perder detalle de cómo sucedieron los hechos, continúa el narrador: “Se vistió el cadáver con ropa de alguno de los personajes que en vida había interpretado la diva mexicana, y, según se dijo entonces, también se le colocaron sus mejores joyas. El cadáver fue trasladado a la necrópolis mazatleca, en trayecto rápido, esquivándose las principales calles del puerto, en carroza ordinaria, sin ofrendas florales, formando el cortejo, don Julián Montiel, don Bartolomé Carvajal y Serrano, propietario del Hotel Iturbide donde se alojó y cerro el pico “El Ruiseñor Mexicano”, don Guadalupe Cota, celador de la Oficina de Rentas del Estado, dos artistas de la Compañía, cuyos nombres se ignoran, y algunas otras personas que se atrevieron a sumarse a la modesta comitiva.”
Bajó a tierra el cadáver de Ángela Peralta a las cinco y media de la tarde, en medio de un silencio impresionante, atmósfera pesada, calurosa, que impedía respirar; el cielo alto, encendido, sin nubes, las olas deshaciéndose en montañas de espuma al llegar al Malecón desierto.
El Ruiseñor a rotonda
A su llegada a la Ciudad de México, durante varios días se le estuvieron tributando honores, primero en el Conservatorio Nacional de Música, en donde se les puso la capilla ardiente, después en el Palacio de las Bellas Artes de donde se trasladaron para conducirlos al Panteón Civil, el 23 del mismo mes de abril. Vinieron a quedar junto a las tumbas de los grandes poetas Luis G. Urbina y Amado Nervo.
Este fue el triste fin de quien tanta alegría departió y supo llevar muy en alto el orgullo del talento mexicano. Por eso fue a reposar donde descansan los grandes hombres y mujeres de México.
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