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Uno de los carnavales más funestos
de la historia carnavalera mazatleca fue el de 1944

>>> La fatídica fecha: 1944, año que fue asesinado de dos tiros por la espalda el gobernador Rodolfo T. Loaiza.

>>> ¡Ah…El delicioso Mazatlán de los 50, cuando los carnavaleros tomaban cerveza Humaya Clara, Yaqui oscura, Gallo y, por supuesto, Pacífico

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Lucila Medrano: Reina del Carnaval de Mazatlán 1944


Texto del libro de: Herberto Sinagawa Montoya
Fotografías: archivo de Los Amigos de Mazatlán
Y Mazatlán Interactivo


El 21 de febrero de 1944, a las dos de la madrugada, en el último día del carnaval, el coronel Loaiza fue muerto a tiros cuando disfrutaba de un banquete en el “Salón Andaluz” del hotel “Belmar”, acompañado de su tesorero, Alfredo Gil Michel, y la poetisa Graciela Garbalosa. “El correo de occidente”, de José C. Valadez, publicó lo siguiente: El asesino se le aproximó por la espalda y a quemarropa le descerrajó un tiro y varios más en la cabeza. De todos solo un proyectil hizo blanco, saliendo por el ojo izquierdo. El coronel Loaiza cayó hacia atrás quedando con una mano metida en la bolsa del pantalón y las piernas entrecruzadas. Durante la noche del magnicidio perdieron la vida dos norteamericanos: Rubén Brooks y Walter C. Cotchel. El crimen se le atribuyo a Rodolfo “El Gitano” Valdés; el proceso que se le siguió estuvo rodeado de un gran escándalo nacional, que involucró al general Pablo E. Macías Valenzuela, aspirante lógico a la gubernatura por su gran prestigio en el Ejército. Alfredo “El Chato” Duarte, ayudante del coronel, dijo que el “El Gitano” no había disparado sino que los asesinos habían sido Felipe Gil, Manuel Echeagaray y José “El Güerillo” Salcido. Echeagaray resulto herido durante la trágica madrugada, y fue rematado a tiros más tarde.


1945: Un poco de historias contadas por Gloria Pérez Echeagaray, que este año cumple 70 años de haber sido Reina del Carnaval .

“Los carnavales eran muy bonitos, era difícil ganar porque todos se movían mucho para que la votación saliera grande, saliera mucho dinero, y eso me dejó muy bonitos recuerdos”.

Ajeno a lo monumental, al desfile kilométrico, al exceso de sonido, luces, a la parafernalia y a la congestión automovilística que paraliza al puerto, el Mazatlán de los años 40 vivía las fiestas carnestolendas en el corazón del paseo Olas Altas y en su Centro Histórico cobijado por una comunidad que se conocía y que sabía agasajar a sus soberanas.

“Casi toda la fiesta era en el Hotel Belmar, en círculo comercial Benito Juárez y en todos los centros sociales, en el Club Muralla, en el de Carreteros y Cargadores.


• Los 50 s

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Con la colaboración de Mario Martini Rivera

A los mazatlecos carnavaleros poco importó el anuncio del presidente Eisenhower , quien comprometió recursos financieros para detener el avance del comunismo en América Latina. Otro Carnaval se aproximaba y las calles principales, el Paseo Olas Altas y la avenida Miguel Alemán, eran adornadas e iluminadas con toda anticipación para la ocasión. Los cines Ángela Peralta, Zaragoza, Royal, Ángel Flores y Tropical estaban de moda y contribuían al buen uso del tiempo libre de los 100 mil habitantes que poblaban el municipio. La comezón del séptimo año, El 7 Leguas, Lucrecia Borgia y las actuaciones de los hermanos Soler y David Silva fueron el deleite del pueblo que disfrutaba del maravilloso invento del cine por 3 pesos en balcón y 4 en luneta.

Pasaban también por territorio carnavalero las caravanas de rutilantes estrellas, como Toña La Negra, Manolín y Shilinsky y Los Dos Reales. ¡Ah…El delicioso Mazatlán de los 50, cuando los carnavaleros tomaban cerveza Humaya Clara, Yaqui oscura, Gallo y, por supuesto, Pacífico, y tenían frecuentes oportunidades para realizar catarsis en El Palomar, bar en las alturas del Hotel Freeman, el primer rascacielos del puerto, donde tocaba la orquesta del legendario Nacho Millán, invitada oficial a los carnavales de la época.

La prensa de entonces anunciaba que la actividad portuaria había crecido 3 veces más, comparada con las décadas precedentes y reseñaban noticias sobre “la época de oro de la exportación marítima”. La clase media compraba con 20 pesos un lote en las colonias Montuosa y Reforma, extensas lengüetas de terreno irregular. Todo mundo soñaba en manejar un Chevrolet o Ford con llantas de cara blanca, signo del respetable estatus social del propietario.

La mitad del siglo se vistió de gala con la hermosa Olga Otáñez Elenes, quien inauguró los reinados de los 50. La siguieron Charito Barraza, Dora González Güereña, Emilia Carreón Cornejo, Teresa Olga Osuna, teresa Gómez Millán, Lupita Rojas bastidas, Rosa maría Osuna Righetti, Anabella González Güereña y Martha Cecilia Tirado Almada.

Tiempos aquellos en los que regían la convivencia humana, la honradez, la buena fe y la inocencia que hoy son impensables. Un anuncio clasificado anunció: “Se gratificará a la persona que entregue un brazalete con pedrería que se extravió una lujuriosa noche entre el Hotel Belmar y el restaurante O’Brian”. El diario consignó que un ciudadano anónimo devolvió la joya y recibió “una gratificación no revelada”. Para la tos adquirida por los vientos cruzados que soplan en las madrugadas carnavaleras, nada mejor que Pastillas penetro y “la eficaz Bromo Quinina Grove”. Para estar bien enterado del acontecer cotidiano y leer las sabrosas crónicas deportivas y carnavaleras, nada más que escuchar y leer a Rafael el kid alto Reyes Nájera, quien publicaba en El Sol del Pacífico las columnas Bolas y Strikes y la jovial Que me siga la Tambora. Nada violento ocurría en los carnavales de entonces, salvo pleitos de borrachines que disputaban los favores de alguna coqueta dama.

Mientras los mazatlecos bailaban son y danzón, un grupo de barbones, encabezados por Fidel Castro y El Che Guevara, revolucionaban en la bella isla de Cuba, tan cerca de México y tan lejos de los humos espirituosos del carnaval. Otra revolución cayó entonces sobre Mazatlán: el rock and rol. Las tímidas y recatadas pueblerinas abandonaron la digna tarea de tortear a mano y a fines de los 50 asaltaron la vida, enfundadas en holgados suéteres y pantalones ajustados que dibujaban hermosas curvas y firmes carnes, y volaban la corta melena con el viento en contra, al viajar sobre una “potente moto Islo” o presumían sonrisa de mazorca en la ventanilla del “Volkswagen , el auto del mundo”. A partir de entonces, nada sería igual en las relaciones de género. Caerían sobre la convivencia humana calamidades como la emancipación de la mujer, masacres estudiantiles, revolución sexual, crímenes políticos y, finalmente, Raúl Velasco dignó posar sus plantas sobre suelo mazatleco para cambiar la tradición y convertir la sencilla y desbocada fiesta doméstica en un evento con aspiraciones internacionales.

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